SOLEMNIDAD DE SAN BENITO
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
11 de julio de 2013
Prov 2, 1-9; Col 3, 12-17; Mt 19, 27-29
Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón , decía el Apóstol en la
segunda lectura. La paz de Cristo . Esta ha pasado a ser, hermanos y hermanas, el
lema de los monasterios benedictinos. Paz , "Pax" en latín. El visitante de Montserrat lo
encuentra escrito en varios lugares del santuario, porque es la realidad espiritual que
los monjes queremos vivir y queremos comunicar a nuestros visitantes. La paz es el
fruto del trabajo espiritual que san Benito, siguiendo la guía del Evangelio, propone en
su Regla. Un fruto que el monje debe ir cultivando en lo más íntimo de su persona
para ir unificando su mundo interior; un fruto que el conjunto de los hermanos tienen
que ir cultivando en el seno de la comunidad, y que los monjes han de ofrecer a los
visitantes como una experiencia a hacer y como un camino a recorrer. Una experiencia
a hacer, en el sentido de sumergirse en el ámbito de paz que le ofrece el monasterio
para encontrar la paz del corazón. Y un camino a recorrer, en el sentido de invitar a
seguir un proceso de pacificación personal, que vaya unificando los sentimientos, los
deseos, los pensamientos que bullen en la mente y en la afectividad.
La propuesta de san Benito, sin embargo, no consiste sólo en encontrar una armonía
en el propio interior y una armonía en la convivencia con los demás. Esto ya es muy
importante y hace bien a las personas y puede ayudar a crear una sociedad más
serena y reconciliada. Pero san Benito, al igual que el Apóstol en la segunda lectura,
habla de la paz de Cristo . Y, por tanto, de una paz que tiene su fuente, no en nosotros,
sino en Jesucristo. En este sentido, la expresión la paz de Cristo nos lleva a tomar
conciencia de que es él quien, por su amor entregado en el Misterio Pascual, nos
mueve a reconciliarnos con Dios y, desde él, a reconciliarnos con nosotros mismos, a
pesar de las debilidades y el daño que pueda haber en nuestro corazón, y
reconciliarnos, también, con los demás. Si Jesucristo nos reconcilió con Dios
otorgándonos el perdón y dándonos la gracia para superar todo lo que hay de mal en
nosotros, tenemos que recobrar la serenidad y la paz en nuestro interior porque su
amor es más grande que nuestro pecado. Reconciliados así, gratuitamente, con Dios,
también nosotros hemos de establecer vínculos de reconciliación y de paz hacia los
demás. Lo decía, también, el Apóstol en la segunda lectura: a ella –es esta paz-
habéis sido convocados, en un solo cuerpo , convocados a vivir, por tanto, una relación
fraternal y solidaria, en el seno de la comunidad eclesial, en el seno de la convivencia
social.
San Benito, pues, con la Regla -que sintetiza su camino espiritual, su carisma en la
Iglesia- y con su intercesión, continúa ofreciendo su sabiduría no sólo a los monjes
sino a todos los hombres y mujeres de hoy. En los combates que mantenemos, a los
que hacía referencia la segunda lectura, debemos llevar la paz de Cristo . No sólo a los
combates personales, íntimos, que podamos tener que afrontar para pacificar y hacer
el bien, y en los combates que tengamos que luchar para poder salir adelante en la
vida, sino también en los combates , en los retos, que tenemos como Iglesia y como
sociedad.
A nivel eclesial, debemos favorecer la comunión fraterna compartiendo la misión de
anunciar a Jesucristo en una pluralidad de vocaciones y de servicios. El Papa
Francisco insiste repetidamente en que tenemos que vivir la fe con alegría y que la
debemos testimoniar oportunamente a nuestros contemporáneos. A nivel de Europa,
de la que san Benito es Patrón, se percibe un interés por parte de algunas corrientes
de pensamiento influyentes, en desterrar el cristianismo de la sociedad, en silenciar la
voz que viene de la concepción cristiana de la persona y de los comportamientos
sociales. Con la fuerza humilde de la Palabra de Dios, debemos mostrar que nadie
debe tener miedo "de abrir las puertas a Cristo" (cf. Juan Pablo II). Europa, sometida a
una profunda crisis de identidad y de valores, sólo reencontrará su sentido y su alma si
se fundamenta en los valores del cristianismo que le dio origen, vividos en la laicidad
sana y respetuosa que pide la democracia. La paz y la luz que vienen de Cristo y de
su Evangelio, pueden contribuir notablemente a la superación de los graves combates
que tiene entre manos la sociedad europea.
La paz que Cristo nos da nos lleva a mirar el presente con la serenidad de saber que
él nos guía por caminos de salvación, que la historia a pesar de las situaciones
difíciles que atraviesa, se encamina hacia la plenitud. El momento social y económico
no es fácil, como tampoco lo era en la época en que vivió san Benito. Él, sin embargo,
no se desanimó. Enseñó a crear un clima de convivencia basada en el respeto al otro,
en la confianza de que las personas pueden mejorar. San Benito sabe que, para que
haya una convivencia sana es necesario que la pluralidad de opiniones encuentre a
través del diálogo lo que es mejor para el conjunto y no para beneficiar a unos pocos.
San Benito dice, también, que los más fuertes no deben querer imponer su criterio,
sino que hay que escuchar y valorar a todos, particularmente a los más pequeños
desde la perspectiva evangélica. Además, muestra que hay que hacer un uso sobrio
de los bienes materiales, que hay que compartir con los necesitados y establecer unos
criterios que hagan que la economía esté al servicio de la persona y no la persona al
servicio del beneficio económico.
En nuestro contexto, tanto a nivel de Estado como de Cataluña, hay todavía una
situación más grave, que dificulta encontrar soluciones compartidas a los problemas
económicos, sociales y hasta de País. Se ha ido creando una cultura del desprestigio
mutuo, de la crítica corrosiva, de la calumnia, del juego sucio que se ha traducido,
también, en casos de corrupción; están en crisis instituciones importantes, hay
legitimidades básicas puestas en cuestión, se dan situaciones de bloqueo que
dificultan la atención necesaria a tantas y tantas personas que sufren gravemente los
efectos de la crisis, etc. Todo esto crea desconfianza, pesimismo, sentimiento de
impotencia. Frente a esto, san Benito, tal como acabo de decir, continúa invitándonos
a no desesperar y a cultivar los valores humanos y éticos arraigados en el Evangelio
porque pueden ayudar a superar la situación actual y a encontrar creativamente
caminos de futuro.
En este momento, los monasterios debemos continuar siendo testigos de cómo una
vida evangélica es capaz de transformar las realidades humanas, con su grandeza y
con su debilidad, y de llevar a la paz y a la plena realización de las personas; tenemos
que ser testigos, de modo similar, de cómo una vida centrada en el Evangelio es
capaz de construir una sociedad que tiende al ideal fraterno de compartir los bienes
espirituales y materiales. Los monjes, nos hemos apartado en cierto sentido de lo que
constituye el día a día de la vida de la sociedad, pero no lo hemos hecho para
evadirnos de él, sino porque hemos sentido la llamada a entregarnos intensamente a
Dios. Esto nos permite, también, mirar la sociedad desde la Palabra de Dios, y, por
tanto, desde el amor y la solidaridad; de esta manera podemos servir a nuestros
hermanos en humanidad con la oración y con el ministerio de la acogida que sabe
escuchar desde el silencio interior. No desde una superioridad moral que nos daría el
status monástico, sino desde la conciencia de nuestra fragilidad y de nuestro saber
que no somos mejores que los demás. Si se vive conscientemente, tanto dentro como
fuera del monasterio se libran, aunque con acentuaciones diversas, los mismos
combates existenciales. Forma parte, también, de nuestra vocación a la escuela de
san Benito, presentar a Dios las heridas, los sufrimientos y las esperanzas de todos
nuestros contemporáneos, procurando ayudarles a transformar sus clamores y sus
angustias en una paz serena, en la paz de Cristo.
Una paz que nos es renovada en la celebración de la Eucaristía y que nos mueve a
llevarla a los demás.