XV Senana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Padre Julio González Carretti O.C.D
a.- Ex. 1,8-14.22: Tiranía de los egipcios.
b.- Mt. 10, 34-42; 11,1: Jesús, señal de contradicción.
Este evangelio nos presenta a Jesús como signo de contradicción (vv.34-36), la
renuncia que exige seguir a Jesús (vv.37-39), y la conclusión del discurso
apostólico (vv.40-42). Encontramos una enorme contradicción de un Mesías, que
está llamado a ser Príncipe de la paz, que contradice la lucha por la paz de tantos
hombres que con las armas quieren conseguirla, y predica la bienaventuranza que
alaba y bendice a los pacíficos, pues serán llamados hijos de Dios y uno de los
mensajes de sus discípulos en su predicación es desear la paz a las personas y
pueblos, que los acojan como misioneros de Jesús (cfr. Is. 9, 5; Lc. 10, 7-15). La
lucha de Jesús y su espada, no son germen de violencia como la que conocemos,
no es declaración de guerra contra nadie. Reprendió a sus discípulos Santiago y
Juan, que invocaban un castigo del cielo (cfr. Lc. 9, 54-55). La lucha, es más bien,
de parte de los hombres contra Cristo Jesús, su Iglesia y sus miembros. Lo que
lleva a la división entre los hombres, es la presencia de Jesús, su Evangelio, sus
actitudes y criterios; podemos afirmar sin temor que su espada, es el evangelio, es
decir, la palabra de Dios. Mensaje de salvación, buena noticia que exige fidelidad en
el amor, negación, para que por medio de la fe, esperanza y caridad llegar a la
unión con Dios. No todos están dispuestos, por falta de amor a Dios a la renuncia,
una fe confiada, una esperanza cierta en la vida eterna. Esta división, de la que
habla el evangelio, ya la primitiva comunidad de Mateo la había vivido,
experimentado, con el decreto de expulsión de la Sinagoga para todo aquel que
confesase su fe en Jesús, como Mesías de Dios. Esto trajo la división de las familias
y comunidades, es la queja de Miqueas (cfr. Miq. 7,1-7), que contempla, y los
hombres con él, las consecuencias de la apostasía de Yahvé en Israel: jueces
corruptos, todos enemigos de todos, destruidos los lazos familiares. El día del Juicio
se acerca, vislumbrado por el profeta, llegan con Jesús de Nazaret y el Reino, con
un mensaje de paz, viene como espada que divide lo bueno de lo malo, a los
creyentes de los que rehúsan creer; espada de una decisión a la que se enfrenta
todo hombre. La falsa paz, corrompida, es la borra toda oposición entre Dios y
Satanás la que deja todo como estaba. La verdadera paz en Cristo nuestra
reconciliación (cfr. Rm. 5,11; 2 Cor. 5,18; Ef. 2,11-22). La palabra de Jesús es
espada que puede separar a los parientes dentro de una familia, por la decisión que
tomen respecto a ÉL, causa de dolor, pero no de enemistad hostil o irreconciliable.
En un segundo momento, Jesús, exige la respuesta desde el amor, antes que la
propia familia, es un amor sobrenatural: amar a Dios y al prójimo, incluido el
esposo y los hijos desde el amor que se tiene al Hijo, es el único camino que Dios
Padre nos propone para llegar al Cielo. La decisión consiste en optar por Cristo sí o
no. Quien no toma la decisión, no es digno de Cristo, lo que no significa que ame
más a su familia, con un corazón dividido no se logra plenitud humana ni cristiana.
La cruz, es el mayor signo de un amor victorioso, vencedor de la muerte, del
pecado y de Satanás; tomarla cada día será no sólo seguir a Cristo sino hacer de la
vida una entrega hasta el final. En un tercer estadio, encontramos el final del
discurso apostólico (cfr.Mt.10). El enviado es como el que envía, en este caso dos
envíos que obran misteriosamente. Jesús es el Enviado por el Padre, que a su vez
envía a sus discípulos a predicar, los hombres los pueden acoger con la fe o con el
rechazo e incredulidad, así también acogen o rechazan a Jesús como al Padre.
Finalmente, Mateo nos presente una incipiente estructura de la Iglesia del
evangelista: los profetas, hombres de Dios que enseñan la fe; los justos, hombres
que acreditados por una vida integra, son ejemplos de fe y servicio a la comunidad;
los pequeños que son el pueblo de Dios, que sin responsabilidades jerárquicas
constituyen los preferidos del Señor y la comunidad debe cuidarlos con dedicación
especial (cfr. Mt.18,10-14).
Si bien Teresa de Jesús está pensando en sus comunidades religiosas, hoy
pensamos en con ella en la Iglesia, la familia, la sociedad, finalmente en cada uno
en forma personal. Necesitamos de la paz que nace del encuentro frecuente con
Jesucristo, Príncipe de la paz (Is. 9, 5). “Paz, paz, hermanas mías dijo el Señor, y
amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues creedme, que si no la tenemos y
procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extraños” (2M 1,9).