XV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miércoles
Padre Julio González Carretti O.C.D
a.- Ex. 3,1-6.9-12: La zarza ardiendo.
b.- Mt. 11, 25-27: Te doy gracias Padre.
Este evangelio nos habla de la filiación divina de Jesucristo, Hijo de Dios, su
relación con su Padre. Esta realidad nos hace pensar que Dios es Padre de Jesús y
nuestro a través de ÉL de todos los creyentes, núcleo de su predicación a los
hombres. La paternidad divina, define de algún modo la relación de los hombres
con Dios, si la aceptan, pero sobre todo, es de Dios a los hombres, porque la
iniciativa es suya. Dios no solamente es Padre, son también Creador de todo cuanto
existe, cielos y tierra, que ahora conserva en su subsistencia (cfr. Gn.1,1). No hay
otro Dios fuera de ÉL, todo cuanto existe está subordinado a ÉL, como Señor.
Encontramos una acción de gracias a Dios Padre, por la revelación que hemos
conocido, y la hace Jesús a nombre de todos. El contenido de dicha revelación son
los misterios del Reino, y termina este pasaje con una invitación a llevar su yugo.
La acción de gracias por haberla ocultado a los sabios y entendidos de este mundo,
es una referencia al rechazo que escribas y fariseos había hecho de la persona y
palabra de Jesús de Nazaret. Ellos eran los sabios de la Ley, en cambio, los
misterios del Reino, desbordan los límites de la sabiduría humana. Sólo aceptan los
misterios del Reino, los que son conscientes de su pobreza interior, pequeñez que
busca de Dios para llenar ese vacío de la propia existencia, por ello la primera de
sus bienaventuranzas está dedicada a los pobres de espíritu (cfr. Mt.5, 3).
Características que se pueden encontrar en aquellos que buscan la verdad, doctos o
no, como el ejemplo de Nicodemo (cfr. Jn. 3,1-21). Sólo donde hay humildad, se
despliega el misterio de la paternidad divina, en cambio, donde se refleja la
autosuficiencia religiosa, es imposible conocerlo, y mucho menos aceptarlo. En un
segundo momento de este evangelio, Jesús se define como el único Revelador del
Padre, y esto es fruto del conocimiento que tiene de ÉL. Conocimiento que el
pueblo judío admitía, como reconocimiento de la elección que Yahvé había hecho de
Israel su pueblo elegido. Sólo su pueblo elegido conocía a Dios; ÉL había entregado
su revelación. La relación de Jesús con su Padre, se justifica desde la intimidad
divina: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino
el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar” (v. 27; cfr. Jn. 3, 11. 20). Dios se revela a los sencillos y de corazón
humilde; aceptar a Jesucristo, consiste no en ciencia alguna, sino en acoger la
revelación gratuita de Dios a los que ama. La fe, es la ciencia de creer en Dios
Padre y en su Hijo, su objeto es la experiencia de vida, de comunión con Dios y el
prójimo y especialmente una vivencia entrañable de la intervención de Jesucristo en
el que tiene fe y lo acepta como Señor. Sólo los humildes conocen a Dios, intuyen
su querer, conocen sus secretos y en este sentido los Santos Doctores de la Iglesia
como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz son un ejemplo de creyentes de excelencia.
Teresa de Jesús, nos invita a vivir la humildad delante de Dios y de los hombres,
pero sobre todo con nosotros mismos, en el sentido de conocernos lo suficiente
para saber cuánto necesitamos de Dios y de los demás, reconocerlo y obrar de
acuerdo a la voluntad de Jesús que se hizo uno de nosotros por nuestro amor y
salvación. “No está el amor de Dios en lágrimas…sino en servir con justicia,
fortaleza de ánima y humildad” (V 11,13).