XV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Padre Julio González Carretti O.C.D
a.- Ex. 12,37-42: Salida de los israelitas.
b.- Mt. 12, 14-21: Jesús es el Siervo de Yahvé.
Nuevamente nos encontramos con Jesús enfrentado a los fariseos que le critican
sanara a un hombre con la mano paralizada en sábado, en la misma sinagoga. Es
el momento en que los fariseos deciden eliminar a Jesús (v. 14); ÉL sigue haciendo
el bien a quienes lo necesitan, sólo les pide que no lo digan a nadie. ¿Cuál es el
motivo para imponer silencio? La prudencia le aconseja evitar nuevos controversias
con los fariseos, necesitaba tiempo para exponer su doctrina y su mesianismo.
Jesús se aparta de sus adversarios por un tiempo, parece pasado el tiempo en sus
obras hablan bien de ÉL, continuará con sus obras pero no para que se hable de ÉL
en una extensa zona. El evangelista nos propone otra razón de carácter teológico y
una clave de lectura para comprender el mesianismo de Jesús: Jesús es el Siervo
de Yahvé (cfr. Is. 42,1-4), que actuará sin ostentación, con sobriedad que busca a
los pobres y necesitados, concederá la justicia a todos incluidos los paganos. Jesús,
es el Siervo de Yahvé, en que se cumplen las esperanzas de las naciones, vive
oculto en el misterio, pero se esclarece con su muerte y resurrección, en total
sintonía con el hombre pecador, al que vino a rescatar para hacerlo hijo de Dios. Su
retiro obligado, trasluce la figura del Siervo de Yahvé, que mantiene todos los
dones con que Dios lo dotó desde e comienzo. Lo hizo Emmanuel, para salvar a su
pueblo de los pecados (Mt.1, 21.23). Jesús es su Hijo amado, proclamado en el
Jordán, en quien Dios se complace, allí el Espíritu Santo se posó sobre ÉL. Sus
primeras palabras son acerca del reino y el derecho divino sobre las naciones y no
sólo Israel (v. 18; cfr. Mt. 4,17). El profeta contempla que en el futuro el Siervo de
Yahvé no marcha como jefe de un ejército, sino que su obra es profundamente
interna, sana de raíz y alienta. ÉL no porfía, ni grita, ni reúne en las plazas con
ruido de palabras (v.19). La vocación de Jesús es la de consolar al abatido, curar
las heridas, alentar el ánimo quebrantado, en forma delicada y amorosamente,
inclinarse al pecador. Anunciará el Evangelio, no para discutirlo, sino para
obedecerlo. Con esta actividad salvífica, poco llamativa, se realiza la vocación dada
por Dios a Jesús, el Siervo, con lo que se hace triunfar el derecho: el
reconocimiento de su soberanía sobre las naciones. Todas las naciones esperan en
su Nombre, incluida Israel (v. 18). El camino del Mesías va de la máxima
humillación a la máxima exaltación, de la oscuridad a la luz, también lo que les dice
al oído habrá que proclamarlo desde las azoteas (cfr. Mt.10, 27). Este mismo
movimiento, lo ve Juan, desde la bajada de la Palabra, el Verbo de Dios y su
exaltación a la gloria del Padre (cfr. Jn.16, 28). La semilla del evangelio vive en una
religión sincera, en aquellos que aman a Dios y al prójimo, vacíos de sí mismos,
para dejarse invadir por el amor misericordioso de Dios. Como Jesús, optan por el
servicio desinteresado por los demás con el espíritu de las bienaventuranzas. Si
Jesús muere es porque libremente entrega la vida, en plena sintonía con el plan de
salvación diseñado por el Padre para todo ser humano. La Cruz se alza desde
entonces como esperanza nuestra, fuente de vida.
El alma poética de Teresa de Jesús, nos invita en estos versos a descubrir en la
Cruz el camino de la vida verdadera que nos dejó abierto con su ofrenda al Padre
Jesucristo, el Señor por toda la humanidad. “En la Cruz está la vida y el consuelo, y
ella sola es el camino para el cielo” (Poesía 19).