XV Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Introducción a la semana
Los relatos de los patriarcas (Génesis) enlazan con la epopeya del Éxodo, de la
que nos hablará la liturgia durante varias semanas. No olvidemos que son estos
acontecimientos los que marcaron de modo indeleble el porvenir de Israel (y los
que nosotros recordamos como parte de nuestra propia historia y símbolo del
itinerario de nuestra fe). El pueblo que un día pidió asilo en Egipto se fue
multiplicando y –podemos suponer- vivió mucho tiempo en buena vecindad con
sus anfitriones.
Pero, al cabo de los siglos, ese pueblo aparece oprimido y explotado por el
mismo poder que lo había acogido y que ahora pretende incluso exterminarlo.
Dios va a intervenir para liberarlo “porque sí”, únicamente por amor. Lo va a
hacer gradualmente: primero, entra en escena el que será mediador de esa
liberación, Moisés, salvado providencialmente de la muerte, como preludio de la
salvación de su pueblo; más adelante, tendrá lugar su encuentro inesperado y
misterioso con el “Dios de los padres” y la revelación que éste hace de su
nombre; revelación unida a la misión que Dios confía al elegido: sacar a los
israelitas de Egipto. Después de numerosas vicisitudes, llega el día de la
liberación –de la Pascua-, en que el pueblo abandona definitivamente el país de
la esclavitud para dejarse guiar por su Dios hacia la tierra de la libertad.
Destaca, como vemos, la gratuidad del proyecto liberador de Dios, sensible al
“clamor de los israelitas”. Para llevarlo a término escoge a un simple pastor,
además prófugo del tirano, para poner de manifiesto que no se trata de una
hazaña humana, sino de un don divino, que sólo pide confianza y obediencia. El
mismo nombre de Dios (“Yahvé”, en hebreo) expresa lo que él es para nosotros:
“El que estaré (con vosotros)”. Su presencia, con frecuencia desconcertante, es
siempre providente y fuente de libertad.
En las lecturas evangélicas, Jesús exige una opción radical, por encima de lazos
familiares, a quien quiera seguirle; y lamenta la cerrazón de aquellos que no
quisieron recibirlo. El Espíritu de Dios reposa sobre él; por eso se alegra
íntimamente de que sean los sencillos los que aceptan su mensaje, ofrece el
hogar de su corazón compasivo a los atribulados y proclama que el ser humano
es más sagrado que el sábado.
Con permiso de dominicos.org