DOMINGO XV del Tiempo Ordinario/C
¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna?
La vida es el máximo y único bien que deseamos conservar por encima del
cualquier otro y para siempre. Ahí está el motivo de la pregunta del maestro de la
Ley a Jesús. ¿Qué hacer para eternizar la propia vida? Y el Maestro le dice la
verdad, sin rodeos, que lo conseguirá amando a Dios por encima de todo y al
prójimo como a sí mismo.
Es de justicia amar a Dios sobre todas las cosas, porque de Él las recibimos y Él nos
la conserva todas, junto con el valor máximo: la vida. La primera expresión del
amor a Dios es agradecerle, con la palabra y con la vida, sus innumerables
beneficios.
Constituye una tremenda injusticia y fatal ingratitud amar los dones de Dios más
que al Dios de los dones. Además de ser idolatría, que es tan frecuente entre los
que se tienen por creyentes en Dios. Vale la pena preguntarse con sinceridad y
valentía: ¿Soy yo un idólatra?
La gratitud es expresión más genuina del amor a Dios, y además es la condición
para que Dios nos conserve y multiplique sus dones. Si quieres recibir, agradece y
pide.
Por otra parte el amor al prójimo como a sí mismo es inseparable del amor a Dios,
porque el prójimo es mi hermano al ser hijo del mismo Padre, que lo ama como a
mí. No podemos no amar a quien Dios ama.
Jesús perfeccionará este mandamiento con el ‘nuevo mandamiento’: “Ámense unos
a otros como yo los amo” (Jn. 15, 12); es decir, hasta dar la vida por quienes se
ama, pues “nadie ama tanto como el que da la vida por los que ama” (Jn. 15, 13),
como hizo Jesús.
Por consiguiente “El decálogo no es un conjunto de preceptos negativos, sino
indicaciones concretas para salir del desierto del ‘yo’…, cerrado en sí mismo, y
entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador
de su misericordia. Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de
todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión
con Dios. El decálogo es el camino de la gratitud, de la respuesta de amor, que es
posible porque, en la fe, nos hemos abierto a la experiencia del amor transformante
de Dios por nosotros. Y este camino recibe una nueva luz en la enseñanza de Jesús,
en el Discurso de la Montaña (cf. Mt 5-7) (LF 46, 2)
Solo salva la vida quien la entrega por amor. Puesto que de todas maneras
tenemos que darla, démosla por amor. Vivir la vida con egoísmo, es perderla para
siempre.
El máximo acto de amor al prójimo consiste en ayudarle a conseguir la vida eterna,
que es el máximo don de Dios, como Jesús nos da a entender: “¿De qué le vale al
hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” (Mt. 16, 26). Pero
este acto de amor salvífico debe reflejarse en gestos concretos de amor al
necesitado.
Con la parábola del buen samaritano, Jesús confirma su enseñanza sobre lo
esencial de la vida cristiana: solamente podemos llegar a Dios y eternizar en él
nuestra vida, si atendemos al prójimo necesitado, pues en él está Dios dándonos la
oportunidad de ser los portadores de su compasión y de su amor universal.
Por tanto, “En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, su solicitud concreta
por cada persona, su designio de salvación que abraza a la humanidad entera y a
toda la creación, y que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección
de Jesucristo. Cuando se oscurece esta realidad, falta el criterio para distinguir lo
que hace preciosa y única la vida del hombre. Éste pierde su puesto en el universo,
se pierde en la naturaleza, renunciando a su responsabilidad moral, o bien pretende
ser árbitro absoluto, atribuyéndose un poder de manipulación sin límites” (LF 54,
2).
La pregunta del doctor de la ley y la tuya y la mí hoy es la misma, y la respuesta
del Maestro es la misma ¿Qué hacer para eternizar la propia vida? Y el Maestro nos
dice la verdad, sin rodeos, que lo conseguiremos amando a Dios por encima de
todo y al prójimo como a sí mismo. Y la posibilidad está dentro de nosotros mismos
nos dice la Lumen Fidei 20: …el mandamiento de Dios no es demasiado alto ni está
demasiado alejado del hombre. Y san Pablo interpreta esta cercanía de la palabra
de Dios como referida a la presencia de Cristo en el cristiano: Cristo ha bajado a la
tierra y ha resucitado de entre los muertos; con su encarnación y resurrección, el
Hijo de Dios ha abrazado todo el camino del hombre y habita en nuestros corazones
mediante el Espíritu santo. La fe sabe que Dios se ha hecho muy cercano a
nosotros, que Cristo se nos ha dado como un gran don que nos transforma
interiormente, que habita en nosotros, y así nos da la luz que ilumina el origen y el
final de la vida, el arco completo del camino humano, para alcanzar la vida eterna.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)