Fiesta. Santa Teresa de Jesús de los Andes, Virgen (13 de Julio)
Padre Julio González Carretti O.C.D
a.- Os. 2,16-17. 21-22: Me desposaré contigo en matrimonio perpetuo.
En este texto el profeta presenta a Yahvé como un Esposo, que después de atraer a
la esposa, un tiempo extraviada, la invita a una mayor intimidad amorosa,
llevándola al desierto, lejos de las influencias paganas de Canaán. Es todo un tema
el desierto en el mensaje profético, tiempo ideal de Israel, puesto que vivía de la
providencia de Dios. Cuando se estableció en Canaán, se olvidó de Yahvé, se creyó
fuerte para prescindir de la ayuda divina. Yahvé lleva a Israel al desierto para que
reflexiones sobre sus caminos, mientras ÉL le habla al corazón, con el trasfondo de
una alianza matrimonial entre Dios y su pueblo. Quizás desierto viene a significar el
futuro exilio en Babilonia con todas las privaciones que ello significa, similares a las
que vivió a la salida de Egipto. Después de la prueba, renace la esperanza,
recuperará sus viñas; y como en otro tiempo entró por el valle de Acor, así también
el futuro Israel retornará del exilio con alegría, como cuando pasó el Jordán, se
adentró por el valle de Acor, para convertirse en puerta de esperanza (vv.15-17).
Israel se sentirá vigorosa otra vez, como los días de su juventud al salir de Egipto.
Sufrida la prueba, Israel no volverá a las veleidades con los Baales, puesto que a
Dios llamará: “Mi esposo” y no más “Baal mío”. (v.18). Oseas presenta finalmente
las bodas eternas mesiánicas. “Yo te desposaré conmigo para siempre; te
desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y compasión, te desposaré
conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahvé” (vv. 21-22). En la era mesiánica, el
conocimiento de Yahvé será el cimiento de las relaciones de amor mutuo. Fruto de
la entrega de Israel a Yahvé la colmará de toda clase de bienes del cielo y la tierra,
es decir, agua y trigo, vino y aceite. Israel ha vuelto a tener misericordia de Israel y
éste podrá ser llamado por Dios: “Tú eres mi pueblo; a lo que responderá, Tú mi
Dios” (Os.2, 25).
b.- Flp. 4,4-9: Estad alegres en el Señor.
Una vez que termina de dar los consejos individuales el apóstol, como un buen
padre, da diversas recomendaciones acerca de la alegría cristiana (v.4; cfr. Flp.
2,18; 3,1), la benevolencia (v. 6), confianza en la Providencia (v.6; Mt. 6, 25-34),
de la paz (v.7; cfr. Col. 3,15; Jn.14, 27). El “Señor está próximo” (v.5), apunta a
revivir el pensamiento de la proximidad del Señor, cosa que suele hacer Pablo en
sus exhortaciones (cfr. Rom. 13,11-14). Fruto de la alegría y la paz, les propone: “Y
la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y
vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay
de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto
sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis
aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz
estará con vosotros.” (vv. 7-9). Principio este de grandes consecuencias puesto que
hay que contar con todo el caudal humano y cultural en que se mueve el cristiano
de ayer y de hoy: ciencia, arte, riquezas, literatura, todos aspectos que separados
de Cristo no valen nada (cfr. Flp. 3, 8), pero si la savia de Cristo los informa, puede
alcanzar un gran valor porque sirven para extender el Reino de Dios en esos
campos.
c.- Jn. 15, 5. 8-17: Permaneced en mí.
El evangelio nos presenta la imagen de la Vid y los sarmientos, que busca reforzar
los lazos que Jesús ya había establecido en el capítulo precedente, donde deja claro
que quien lo ama cumplirá su Palabra y la Trinidad hará morada en el alma del
creyente (cfr. Jn 14,23).Ahora agrega: “Permaneced en mí, como yo en vosotros.
Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la
vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque
separados de mí no podéis hacer nada” (vv. 4-5). Sin Jesucristo, el cristiano no
puede nada y mucho menos, puede dar fruto; de ÉL, viene la sabia a los
sarmientos, la vida. Sin ÉL, no hay frutos de vida cristiana (v.5). La imagen que usa
Juan, tiene un enorme trasfondo bíblico. En el AT, Israel es la viña que cuida el
propio Yahvé, en el NT será Jesús, quien cuide del nuevo pueblo de la Alianza, la
Iglesia. El apóstol Pablo, usa la imagen del Cuerpo de Cristo, donde Cristo es la
Cabeza, y nosotros los miembros. Todas son equivalencias, de una misma
realidad: Cristo y sus discípulos deben permanecer unidos, para relacionarse en
forma personal y comunitaria. En este discurso, Jesús declara ser la Vid verdadera,
Cabeza del nuevo pueblo de Dios, que sustituye a la antigua viña de Israel, que en
lugar de uvas, dio sólo agrazones. El Reino de Dios, pasará a otro pueblo, que sí
producirá sus frutos. La clave de interpretación de este discurso, es el término
“permanecer” unido a Cristo (vv. 4. 5. 6. 7. 9. 10), lo mismo que dar frutos (vv. 2.
4. 5. 8), que será la consecuencia, de esta íntima unión con el Maestro, con la Vid
verdadera, precisamente porque da los frutos que el Padre espera cosechar de sus
hijos. Es lógico, pensar y norma de fe, que el cristiano, debe dar frutos en su
existencia, de lo contrario, sería un creer inútil, como su intimidad con Él. Los
frutos, hablan precisamente, de esa intimidad con Jesucristo, hacer su voluntad,
para glorificar al Padre, un modo imitable de darlo a conocer por las obras. “La
gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos” (v. 8).
Termina este pasaje joánico, con una fuerte razón, para permanecer unido a Cristo
y dar fruto: la comunión de amor del Padre y del Hijo. “Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los
mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que
mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (vv. 9-11). La unión del
creyente con Cristo, tiene su fundamento en la relación que el Hijo tiene con el
Padre, y que se abre al creyente, para que viva del mismo amor, y gozo que el Hijo
y el Padre tienen, el Uno en el Otro. Misterio de comunión, abierto al hombre para
que goce de ese amor eterno, y que las obras, reflejarán creando también,
comunión entre los hombres. Obediencia y fe en Jesucristo, hacen del cristiano, un
ser plenamente feliz de entregar su vida al amor, que fecunda las obras, desde
dentro con savia nueva y destellos divinos.
En la homilía de Canonización el Papa Juan Pablo II, nos da un perfil de la
espiritualidad de Teresa de Los Andes. “Su encendido amor lleva a Teresa a desear
sufrir con Jesús y como Jesús: "Sufrir y amar, como el cordero de Dios que lleva
sobre sí los pecados del mundo" – nos dice –. Ella quiere ser hostia inmaculada
ofrecida en sacrificio continuo y silencioso por los pecadores. "Somos corredentoras
del mundo – dirá más adelante – y la redención de las almas no se efectúa sin
cruz" (Carta, septiembre 1919).
La joven santa chilena fue eminentemente un alma contemplativa. Durante largas
horas junto al tabernáculo y ante la cruz que presidía su celda, ora y adora, suplica
y expía por la redención del mundo, animando con la fuerza del Espíritu el
apostolado de los misioneros y en, en especial, el de los sacerdotes. "La carmelita –
nos dirá – es hermana del sacerdote" (Carta de 1919). Sin embargo, ser
contemplativa como María de Betania no exime a Teresa de servir como Marta. En
un mundo donde se lucha sin denuedo por sobresalir, por poseer y dominar, ella
nos enseña que la felicidad está en ser la última y la servidora de todos, siguiendo
el ejemplo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en
redención de muchos (cf. Mc 10, 45). Ahora, desde la eternidad, santa Teresa de
Los Andes continúa intercediendo como abogada de un sin fin de hermanos y
hermanas. La que encontró su cielo en la tierra desposando a Jesús, lo contempla
ahora sin velos ni sombras, y desde su inmediata cercanía intercede por quienes
buscan la luz de Cristo.” Teresa de los Andes, ruega por nosotros.