DOMINGO XV. CICLO C
¿A QUIÉN CONSIDERO COMO MI PRÓJIMO?
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
Un doctor de la Ley ocupaba un puesto destacado dentro del pueblo de Jesús, así la
pregunta que hace al Maestro no es sino tendenciosa, pues él conocía la Escritura muy
bien, había estudiado el mensaje de Dios a su pueblo con exhaustividad. Sin embargo
no había sido capaz de hacer vida la Palabra: la había aprendido pero no aprehendido.
Este es un riesgo muy común entre quienes somos seguidores del Verbo Encarnado, de
la Palabra como se habla de Dios en la primera lectura, intelectualizamos nuestra vida
de fe compartimentándola y no hacemos experiencia, es decir, no vivimos con
integridad aquello que proclamamos.
“La Palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques”,
para que no quede infructuosa, así Jesús le propone el mandamiento del amor como la
clave para heredar la vida eterna y utiliza una parábola, la del Buen Samaritano, para
ayudarlo a comprender el modo en que se debe amar. En ella aparecen otras dos figuras
relevantes un sacerdote y un levita, quienes son testimonio ante el pueblo de la fe en el
único Dios, sin embargo es el samaritano, el despreciado del pueblo quien se
compadece y socorre al hombre atacado por los ladrones.
No nos detengamos tanto en el detalle acerca de las actitudes de unos y de otros, sino en
la pregunta final de Jesús: “¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del
hombre asaltado por los ladrones?”. Jesús revierte el orden de la pregunta que el doctor
de la Ley le hace versículos antes: “¿Quién es mi prójimo?”, es decir, a quién debo
considerar como tal: a mi familia, a mis amigos y conocidos, a mis hermanos de
comunidad, a mis compañeros de trabajo, etc. Jesús lo descentra, lo quita de su
autorreferencialidad, y lo ayuda a descubrir que no importa tanto quién es su prójimo
cuanto con quién se comporta como mi prójimo.
Podemos tener muy en claro quiénes son nuestros prójimos, los que están mas cerca
(próximos), y sin embargo no abrirnos a sus necesidades, o asistirlos por simple
satisfacción personal, la cual no es egoísta cuando antes miro ese acto como un acto de
amor desinteresado del que me complazco ante Dios y no como un mero hecho personal
que fomenta mi propia auto-divinización, saber que todo lo bueno que hago es por
propia obra personal. Así lo esencial de la parábola está en conocer a nuestros prójimos
con corazón de hermanos que sufren con el sufrimiento ajeno y que buscan estar cerca
para que cada uno pueda superar los impedimentos que no le permiten realizar el plan
que Dios tiene pensado para cada uno.-