Domingo 15º del Tiempo Ordinario Ciclo C
Lecturas bíblicas:
Deut. 30, 9-14
Col. 1, 15-20
Lc. 10, 25-37
El buen samaritano o ¿quién es mi prójimo?
La escena que describe el evangelista suena parecida a lo que hoy está sucediendo cuando la
Iglesia y el mismo Jesús son puestos a prueba por las preguntas que vienen de hombres y mujeres
de fuera de la Iglesia. Son preguntas existenciales, de esas que la humanidad se ha formulado
siempre y no se cansará de formular, preguntas que a veces manifiestan búsqueda sincera y quien
las ha puesto en el corazón humano es el mismo Dios que dará la respuesta. Preguntas que a veces
son planteadas hoy con tono de reproche, cuestionamiento, tal vez agresividad, jaqueando a los
discípulos de Jesús a través de los medios de comunicación y poniendo a prueba al mismo
cristianismo. En realidad, hasta Dios es hoy puesto a prueba .
La primera pregunta es la que realiza a Jesús el maestro de la ley divina “﾿qué debemos hacer para
obtener la salvación?”. Pregunta que podría traducirse o ampliarse así: ﾿qué significa “salvación”?
¿Es el Dios que predicamos un Dios que tiene poder para dar la salvación, la felicidad plena al
hombre? ﾿En qué consiste el “reino de Dios”? ﾿Se realizará el reino de Dios más allá de este
mundo o es compatible en la tierra con los sufrimientos e injusticias, en definitiva compatible con
el mal?
La segunda pregunta la formula el mismo perito en la ley después que Jesús hace que el mismo
que indagaba responda así: “para salvarse hay que amar a Dios y al prójimo”, la segunda y
consecuente pregunta es “﾿quién es mi prójimo?”.
Queda claro en el texto que Jesús es puesto a prueba por su interlocutor, que más bien piensa en
robarle a Jesús el reconocimiento que había ganado frente al público. Hay mala intención.
El Doctor de la Ley pregunta como el que sabe y no como quien busca la verdad y reconoce su
ignorancia y miseria, no como discípulo que quiere aprender sino como competidor que plantea
un debate. Era en efecto, cuestión disputada entre los israelitas, habida cuenta de la cantidad
inmensa de leyes y preceptos religiosos que estudiaban, la de cuál es lo más importante para
salvarse.
Jesús no esquiva el golpe ni se detiene en poner al descubierto la mala intención del
interrogatorio. El Maestro interrogado guía al interlocutor malintencionado para encontrar en el
tesoro de sus propios conocimientos la respuesta a lo que ha preguntado. Sabe la respuesta pero
aún no la ha puesto en práctica. Como dice el texto de la 1ª lectura (Deuteronomio 30, 9-14),
parece decirle Jesús al maestro de la ley: “la ley no está no en lo alto de los cielos sino en tu
corazón, lo único que te falta es vivirla. Eso es lo que debes hacer para heredar la vida eterna.
“Haz eso y vivirás! Lo que sabes, que no quede en teoría magistral, ᄀvívelo!”.
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Pero Jesús no responde directamente. Así como hace que la primera pregunta la responda el
mismo que indaga, para responder a la pregunta sobre el prójimo relata una parábola, la parábola
del buen samaritano.
Al contarle esta parábola Jesús cambia radicalmente el planteo del maestro de la ley. No se trata
tanto de “﾿quién es mi prójimo para que yo le ame?”, sino más bien de responder a la pregunta
“﾿cómo me convierto yo en prójimo de quien es indigente de mi amor?”.
El buen samaritano de la parábola es el mismo Jesús. Se pinta a sí mismo cuando habla del
samaritano. “Bajaba”: es el descenso y anonadamiento del Verbo que se hizo carne. Se hizo
Hombre. Se acercó al herido. Se hizo nuestro prójimo . “Se compadeció”. La compasión, el amor es
lo que define su misión, su perfil. Él es la imagen del Dios invisible que es Amor y vienen a
reconciliar con la sangre de la cruz (Colosenses, 2ª lectura). Al redimirnos, curó nuestras heridas.
Subió al herido en su caballo: llevó sobre sus espaldas, con la cruz, nuestros pecados. Se va, como
en la Ascensión, pero volverá, y nos deja al cuidado de la Iglesia.
Jesús podría haber respondido a la pregunta del maestro de la ley “﾿quién es mi prójimo?”, como
dijo a la samaritana junto al pozo: Soy yo, el que contigo está hablando (Jn. 4, 26), tu prójimo soy
yo, el buen samaritano soy yo. Aprende de mí, sígueme, y vivirás.
¡Cuántos hombres mujeres hoy, al costado de los caminos de la Iglesia, esperando el paso del Buen
Samaritano! La Iglesia tiene hoy esa misión de prolongar el paso del Buen Samaritano para hacer
llegar la compasión de Dios y sanar a tantos hombres que están al borde de los caminos, sanarlos
de todas sus enfermedades y dolencias, sacarlos de la ignorancia y de la soberbia de creerse que lo
saben y pueden todo, y del odio ganándoles por el amor para que pasen de la condición de
enemigos y beligerantes que ponen a prueba a Dios a la de discípulos que le siguen porque han
descubierto que Jesús es la respuesta a todos sus interrogantes.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
Sábado 13 y domingo 14 de julio de 2013
iglesia parroquial Sagrado Corazón de Jesús
y Capilla San Sebastián, Paraná, Argentina
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