XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Sólo el amor a Dios y al prójimo hace feliz y eterna nuestra vida
Un maestro de la ley preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: - Maestro, ¿qué
tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le preguntó a su vez: - ¿Qué
está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? Él le respondió: - Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu
espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo. Y Jesús le dijo: - Has respondido
exactamente; obra así y alcanzarás la vida. Lc 10, 25-37.
La vida es el máximo bien que deseamos conservar para siempre por encima del
cualquier otro. Ahí está el motivo de la pregunta del maestro de la Ley a Jesús: Qué
hacer para eternizar la vida temporal. Y el Maestro le dice la verdad, sin rodeos,
que lo conseguirá amando a Dios por encima de todo y al prójimo como a sí mismo.
Es de justicia amar a Dios sobre todas las cosas, porque de él las recibimos todas y
Él nos las conserva. La primera expresión de amor a Dios es agradecerle, con la
palabra y con la vida, sus innumerables beneficios. Y además es la condición para
que Dios nos conserve y multiplique sus dones. Si quieres recibir, agradece y pide.
Constituye una tremenda injusticia y fatal ingratitud amar los dones de Dios más
que al Dios de los dones. Además de ser idolatría, que es tan frecuente entre los
que se tienen por creyentes en Dios. Vale la pena preguntarse con sinceridad y
valentía: ¿Soy yo un idólatra?
Por otra parte el amor al prójimo como a sí mismo es inseparable del amor a Dios,
porque el prójimo es mi hermano al ser hijo del mismo Padre, que lo ama como a
mí. No podemos no amar a quien Dios ama.
Jesús perfeccionará este mandamiento con el “nuevo mandamiento”: “Ámense unos
a otros como yo los amo” (Jn 15, 12); es decir, hasta dar la vida por quienes se
ama, pues “nadie ama tanto como el que da la vida por los que ama” (Jn 15, 13),
como hizo Jesús.
Sólo salva la vida quien la entrega por amor. Puesto que de todas maneras
tenemos que darla, démosla por amor. Vivir la vida con egoísmo, es perderla para
siempre.
El máximo acto de amor al prójimo consiste en ayudarle a conseguir la vida eterna,
que es el máximo don de Dios, como Jesús nos da a entender: “¿De qué le vale al
hombre ganar todo el mundo, si al final se pierde a sí mismo?” (Mt 16, 26). Pero
este acto de amor salvífico tiene que reflejarse en gestos concretos de amor al
necesitado:
“Vengan, benditos de mi Padre a poseer el reino preparado para ustedes, pues tuve
hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, encarcelado, y ustedes me socorrieron” (Mt
25, 34).
Padre Jesús Álvarez, ssp