Ciclo C: XVI Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Escuchadle (Lc 9, 35)
Le acusan de ser un glotón y un borracho, amigo además de publicanos y
pecadores. Pero Jesús va valorando a toda persona humana y teniendo
predilección por los desvalidos. Honra la invitación tanto del fariseo Simón como
del publicano Mateo.
Y es recibido en la casa de Marta y María. Así les da importancia a las mujeres que
apenas cuentan en una sociedad controlada por los varones. Los sufrimientos de
ellas, junto con los de todos los desestimados por el mundo, también completan los
dolores de Cristo. Ellas también merecen recibir la formación. Estimarlas quiere
decir enseñarlas con sabiduría e instruirlas con cariño, incluso en la verdad hiriente.
Mediante una amonestación, si bien tierna, dado el vocativo «Marta, Marta», Jesús
deja claro, como en otras ocasiones, lo que le importa sobre todo. Pronuncia que
sola una cosa es necesaria, la que significa intimidad auténtica con él. Es la parte
mejor que ha escogido María: sentada a los pies del Señor, le escucha hablar.
Marta, en cambio, anda inquieta y preocupada.
No cabe duda que hay lugar en nuestras comunidades para las Martas y las Marías.
Lo reconoce la Iglesia cuando suplica: «Señor Jesús, a quien María escuchaba y
Marta servía, concédenos servirte siempre con fe y amor» (Preces, Laudes, común
de santas mujeres). Dice, por su parte, san Vicente de Paúl que son buenos
misioneros quienes juntan el oficio de Marta con el de María por unir la
contemplación con la acción (XI, 733-734). Pero si nos exhorta el santo a amar a
Dios a costa de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente, también nos habla
del «celo menos discreto» de Marta (II, 62).
Como la ve san Vicente, Marta murmura contra «la santa ociosidad y la santa
sensualidad» de María, creyendo que su hermana obra mal al no afanarse igual que
ella. Pero, ¡gran sorpresa de la sabiduría y el conocimiento de Dios!, —continúa el
santo—, pues esta ociosidad y esta sensualidad resultan preferibles. Es la misma
clase de sorpresa, creo, que se provoca cuando un hijo que, después de contestarle
al padre: «No quiero», recapacitado cumple luego el mandado del padre.
Una sorpresa desagradable nos espera a los fariseos de hoy, sumos sacerdotes y
ancianos del pueblo, los que nos portamos como el hijo mayor que se niega a
celebrar la vuelta de su hermano pródigo. Los que nos presumimos demasiado de
nuestra forma de servir y vivir, conforme a los minuciosos detalles de las
prescripciones eclesiásticas, como la única que vale y cuestionamos a los que
varían de nosotros, a nosotros se nos amonestará: «Os aseguro que los publicanos
y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».
Y no es del todo imposible que a los que nos sentimos seguros y justificados, con
todas nuestras oraciones y liturgias multiplicadas, se nos eche en cara que
detestables son ellas o que, cuando nos reunimos para la misa, acabamos con no
celebrar la Cena del Señor, debido a nuestra negligencia de la justicia y la
compartición. Tampoco es imposible que las personas a las cuales descontamos,
tomándolos por algo como un espejismo producido por del calor del día, sean
mensajeros del Dios de generosidad insuperable.
¿Las vemos ora una sola ora triple? ¡Incomprensible presencia del misterio divino
en los desvalorizados!
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)