Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Martha o María
La riña entre Martha y María, (Lc 10,38) tan frecuente en cualquier hogar común y
corriente, muestra lo que ocurre entre los hermanos, donde cada uno forja su
personalidad en contraste con el otro. Si la mayor resulta extrovertida, activa y
matemática, no se necesita consultar al pulpo adivino del mundial de fútbol para saber
que la segunda saldrá tímida, humanista, de voz dulce y melodiosa.
Este pasaje me gusta porque hay quienes se identifican con Martha, preocupada de que
todo esté listo en casa para atender a Jesús y a sus discípulos, anfitriona responsable que
renuncia al gusto de estar sentada en la sala conversando con los invitados por preparar
la comida, con el único consuelo de pescar alguno que otro comentario que le llega
hasta la cocina. En Martha se ven reflejadas las personas que les gusta la acción, tomar
decisiones y los resultados inmediatos. María, por el contrario, encarna el modelo de la
persona reflexiva, espiritual, que intuye y escucha más al corazón que a la razón. Sabía
que las cosas prácticas de una de otra manera siempre se resuelven, por eso supo
acomodarse a los pies del Maestro para escuchar su palabra. Tanta tranquilidad le ganó
el reclamo de Martha que con toda razón la llamó para ayudarla en el servicio. Tengo
que decir a favor de María, que fue capaz de intuir en la voz de Jesús un tono de
despedida, la última vez que los visitó en su casa, días antes de padecer. María sin saber
nada, ungió con un perfume fino, muy caro, el cuerpo de Jesús antes de su muerte. El
asombro se dibujaría en el rostro de los presentes, con la mala suerte para Judas que fue
el único que se lamentó en voz alta. María, porque amaba, sintonizaba con los
sentimientos del corazón de Jesús.
¿Contemplativos o conquistadores? Juan Pablo II decía que el apóstol tiene que ser un
contemplativo en acción. Mi parecer es que a ambas hermanas les faltó trabajo en
equipo para ayudarse en los quehaceres y luego gozar de la presencia del Maestro. De
alguna manera Jesús nos lo enseña cuando dice que debemos ser sencillos como las
palomas, pero astutos como las serpientes, un binomio inseparable. Por esto el Espíritu
Santo se hizo visible en forma de paloma, pero también de fuego. La paloma representa
la simplicidad, el fuego representa el celo, el amor y la pasión. Hay que ser hombres de
oración, pero también comprometerse en la extensión del evangelio huyendo de la
pereza, la pusilanimidad y la indiferencia. Las dos hermanas son necesarias y se
complementan para el anuncio del evangelio, para servir a Cristo y edificar a la Iglesia.
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