XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
PRIMERO ES LA OBLIGACIÓN QUE LA DEVOCIÓN
Padre Pedrojosé Ynaraja
La frase se decía desde antiguo y por entonces la aceptaba sin reparos. Lo de
devoción se refería a novenas, cirios, ornamentación de imágenes etc. O así creo
recordar. Pero las cosas han cambiado. Vuelvo a lo que tanto repito: a la juventud,
a vosotros mis queridos jóvenes lectores, no es que os falten valores, como se
afirme insistentemente. De lo que hoy en día se carece, es de legítima escala de
valores. Y no creo que seáis vosotros los causantes. Recuerdo ahora una tira de la
Mafalda de Quino. Pasa un adulto y fijándose en la facha, pantalones, colgajos,
crestas de pelo, etc de cierta gente joven, dice: esto es el acabose. Y la inefable
chiquilla, le replica: no, señor, esto es el continuose del empezose de ustedes.
Tal vez sea que los adultos más adultos, sufrimos en estas tierras una guerra civil,
seguida de sequias y la consiguiente carestía de vida. Los de otros lugares fueron
víctimas de la segunda guerra mundial. Recuperarse no era cosa de un día y todos
querían asegurarse el inmediato porvenir. Un mañana en el que no faltasen los
alimentos indispensables, los subsidios y seguros para situaciones de riesgo. Cada
uno proyectaba el “cuento de la lechera” a su manera. Y entre estos intríngulis, se
introdujo subrepticiamente, el insidioso gusano del egoísmo, la ambición para el
futuro. No se podía dar, porque era necesario poseer, en previsión de lo que
pudiera ocurrir. Y lo que ocurrió fue la crisis económica, con las pérdidas de las
participaciones preferentes bancarias, los despidos motivados por los expedientes
de regulación de empleo, las quiebras, fraudulentas o no, etc. Quienes se habían
aferrado a la necesidad de apropiarse de estas cosas, se encuentran ahora que lo
único que poseen son deudas. O, en un terreno juvenil, valorar al máximo la
práctica de un deporte en el que se progresaba y esperaba grandes éxitos y
grandes contratos, para que de repente una simple revisión médica descubriese un
fallo cardíaco y se derrumbara cualquier proyecto en este terreno. Escoger una
carrera por sus buenas salidas profesionales, y gastarse mucho dinero en
mensualidades académicas, para que la titulación sirva únicamente como un adorno
más, un cromo grande o un poster pequeño, de la propia habitación. ¿de qué
servirán grandes conocimientos técnicos en montajes de ascensores o instalación
de pararrayos, si la burbuja inmobiliaria estalla o conocimientos de energía nuclear,
si se cierran las centrales de este género?.
Consecuencia de tal derrota personal es el derrumbe individual. La vida pierde
sentido, o se descubre que nunca se le ha dado. No se sirve para trabajos de
peonaje agrícola, no puede pretender ir al extranjero que puede ofrecer huecos,
pues, desconoce la lengua del país, ha agotado la paciencia de familiares o amigos
a los que ha estado acudiendo para pedir dinero…
Simultáneamente, unas “hermanitas del Cordero” sonríen, en la comunidad del
Cenacolo, he encontrado alegría, del Cottolengo, donde voy diariamente a celebrar
misa, salgo emocionado, entre los cartujos, no he observado depresión por el
fracaso, hay jóvenes que marchan voluntarios de ONGs al Tercer Mundo,
descubriendo que sus conocimientos son útiles, provechosos y enriquecedores de
gentes que necesitan quien oriente la solución de sus precarias necesidades con
métodos sencillos. Han sido algunos ejemplos que conozco, son felices, pueden
vivir, rebosan felicidad y me la contagian.
He conocido a personas que, sin dejar un trabajo profesional que les permitía
subsistir, han dado preferencia a la ayuda a los demás. Han escogido siempre lo
que se les presentaba como proyecto divino para sus vidas, sacrificando
arriesgadamente, legítimos gustos. Lamentablemente, pienso en personas a las que
se les debería conceder el doctorado en egoísmo, por la sabiduría que demuestran
al saber siempre las razones que tienen para no ayudar y saber cómo son los otros,
los de que están obligados a actuar.
Evidentemente, mientras escribía esto, pensaba en el proceder de la viuda de
Sarepta, totalmente imprudente e irresponsable en su respuesta a los
requerimientos de Elías. Arriesgó su vida para asistir a la del profeta e,
inexplicablemente, salvó su vida y la de su hijo.
Las simpáticas hermanas Marta y María de las que nos habla el evangelio del
presente domingo, no fueron únicas. El Maestro diría, mis queridos jóvenes
lectores, creo yo, a Marta y a muchísimos semejantes a ella del mundo de hoy: te
estás estresando innecesariamente. Tómate las cosas con serenidad. Es preferible
una buena convivencia, compartir con sinceridad y abiertamente con amigos de
verdad, aprender y contemplar. Que cuando acabe el encuentro impregnado de
amor, un sencillo bocado será suficiente para seguir subsistiendo, gozando de
felicidad interior, que es la que más falta hace.