DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO C
(Génesis 18:1-10; Colosenses 2:12-14; Lucas 11:1-13)
San Pedro Sula es una ciudad de maquiladoras en el norte de Honduras. Tiene
mucho trabajo, mucha gente, y mucha pobreza. Un día como todos cerca la
catedral en el centro de la ciudad las mujeres vendían baleadas, eso es, tortillas de
harina llenas con frijoles y queso. Asomó en su medio un niño de la calle pidiendo
a una vendedora una baleada. “Por favor – rogó el muchachito – tengo hambre”.
La mujer respondi￳, “Quítate de aquí, malcriado. La vida es muy cara para estarla
regalando”. Pero el ni￱o persistió en su petición. Pasaron un buen rato en esta
contienda. Entonces se le agotó la energía a la mujer y le dio una tortilla con un
poquito de frijol al muchacho. “ᄀYa! – dijo – Vete de aquí sin vergüenza”. En el
evangelio Jesús describe a su Padre Dios como en una situación semejante a la de
la hondureña vendiendo baleadas.
Con la parábola del hombre molestado in un tiempo importuno Jesús demuestra a
sus discípulos que Dios no va a negar a sus amigos lo que pidan. El hombre
cansado y acostado no quiere ayudar a su conocido pero lo hace simplemente para
quitarse de la molestia. Porque Dios vela al hombre siempre inclinado a socorrerlo,
se debería pedirle todo lo necesario con confianza. Sí, tiene que tener una relación
con Él, pero esto es tan fácil hacer como confesarse sinceramente.
Regularmente nos preocupamos mucho por cosas fuera de nuestro control. “﾿Qué
voy a hacer si llueve el día de las bodas?” “﾿Qué haré si se me quiebra el carro en
la carretera?” “﾿Qué pasará si me preguntan algo que nunca he estudiado?”
Realmente no vale este tipo de pensamiento negativo. Más bien queremos pedir a
Dios, nuestro Padre, que nos acompañe. Él nos ayudará con cualquier proyecto
digno que emprendamos. Sólo tenemos que pedírselo confiados en su cuidado por
nosotros. Sólo tenemos que pedírselo.
Padre Carmelo Mele, O.P.