Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XVII – Ciclo C (Lucas 11, 1-13)
(...) el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se los pidan”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Un conocido maestro de oración de nuestros tiempos, Anthony de Mello, se refiere a la
oración de petición con estas palabras: "La oración de petición es la única forma de oración
que Jesús enseñó a sus discípulos; de hecho, es prácticamente la única forma de oración
que se enseña explícitamente a lo largo de toda la Biblia. Ya sé que esto suena un tanto
extraño a quienes hemos sido formados en la idea de que la oración puede ser de muy
diferentes tipos y que la forma de oración más elevada es la oración de adoración,
mientras que la de petición, al ser una forma «egoísta» de oración, ocuparía el último
lugar. De algún modo, todos hemos sentido que más tarde o más temprano hemos de
«superar» esta forma inferior de oración para ascender a la contemplación, al amor y a la
adoración, ¿no es cierto? Sin embargo, si reflexionáramos, veríamos que apenas hay forma
alguna de oración, incluida la de adoración y amor, que no esté contenida en la oración de
petición correctamente practicada. La petición nos hace ver nuestra absoluta dependencia
de Dios; nos enseña a confiar en Él absolutamente" (De Mello, Contacto con Dios ).
El Señor nos ha dicho que no debemos insistir en nuestras peticiones porque el Padre
sabe lo necesitamos antes de pedírselo (Cfr. Mateo 6,8). Sin embargo, no deja de insistir
que debemos pedir, como puede comprobarse en el texto que nos presenta hoy la liturgia
de la Palabra. Lo más típico de la oración de Jesús, por lo que registran los evangelistas,
parece ser la oración de petición. Jesús no sólo pide en su oración, sino que nos enseña a
pedir. Lo que hemos llamado la Oración del Señor o el Padrenuestro , es una cadena de siete
peticiones que se van desprendiendo del ' Padre nuestro '. La petición nos hace tomar
conciencia de nuestra radical dependencia de Dios; nos recuerda nuestro límite y la
generosa misericordia de Dios que se nos revela en Jesús. Esto aparece aún más claro
cuando la petición más repetida de Jesús en los textos evangélicos es " que no se haga mi
voluntad sino la tuya ", o el " hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo ".
Por eso, la pregunta que tendríamos que hacernos no es si pedimos, sino qué pedimos en
nuestra oración, porque por allí suele estar el problema. Muchas veces no pedimos que
se haga su voluntad, o que nos conceda lo que más nos conviene en una situación
determinada, sino que pedimos lo que nosotros creemos que más necesitamos. Cuando
el Señor dice que pidamos con insistencia, nos recuerda que lo que tendríamos que pedir
sería el Espíritu Santo: “¿Acaso alguno de ustedes, que sea padre, sería capaz de darle a
su hijo una culebra cuando le pide pescado, o de darle un alacrán cuando le pide un
huevo? Pues si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más
el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!”
Entonces, recordemos siempre lo que nos dice el Se￱or: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y
encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; y el que busca,
encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre”. La oraci￳n de petici￳n nos pondrá en
contacto con nuestros límites y hará que nos relacionemos con el Señor desde nuestra
pequeñez. No dejemos de pedir, ni pensemos que la oración de petición es de inferior
calidad a otras formas de encuentro con Dios. Pero no olvidemos pedir el Espíritu Santo,
para que nos ayude a entender los planes de Dios y a ponerlos en práctica.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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