LA ORACION EN NUESTRO TIEMPO
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el 17º domingo durante el año
(28 de julio de 2013)
En este domingo el Evangelio de San Lucas (11, 1-13), sigue proponiéndonos el tema de la
oraci￳n. Uno de los discípulos le pide a Jesús, su maestro: “Se￱or ensé￱anos a orar”. En
realidad ellos querían aprender aquello que hacía su Maestro: “Un día Jesús estaba orando
en cierto lugar”.
Muchos textos bíblicos y sobre todo San Lucas nos hablan de la oración de Jesús. El Señor,
subía a la montaña para orar (Mt. 14,23), incluso cuando todo el mundo le busca (Mr. 1,37).
En general su oración estaba ligada a su misión. San Lucas nos presenta a Jesús en oración
antes de cada acontecimiento importante, como en este domingo que Jesús estaba en
oración, antes de enseñar a rezar el Padre Nuestro a sus discípulos.
Todos los bautizados estamos llamados a ser hombres y mujeres de oración. Pero cada uno
tenemos que ligar nuestra espiritualidad, devoción y oración a la vocación y misión que
tenemos.
En nuestra Diócesis, en Posadas, tenemos la gracia de tener el Monasterio contemplativo de
las Hermanas de la Sagrada Familia. Ellas tienen una vocación y misión ligadas
íntimamente a la oración personal y litúrgico-comunitaria. Los consagrados y sacerdotes
tenemos que vivir la comunión con Dios, para ser instrumentos de la comunión con los
hermanos, ser pastores y para esto es necesario orar como Jesús, el buen Pastor. Pero en
esta reflexión quiero referirme especialmente a la oración de los laicos, que son la mayoría
del pueblo de Dios. Su oración no puede ser igual a la de los monjes o a la de los
sacerdotes. Quiero que reflexionemos sobre un texto de San Francisco de Sales en su gran
libro “Introducci￳n a la vida devota”, que aunque fue escrito a principios del siglo XVII,
tiene mucha actualidad: “La devoci￳n se ha de practicar de un modo acomodado a las
fuerzas, negocios y ocupaciones particulares de cada uno. Dime, si sería lógico que los
obispo quisiéramos vivir entregados a la soledad, al modo de los monjes; que los casados
no se preocuparan de aumentar su peculio más que los religiosos capuchinos; que un obrero
se pasara el día en la Iglesia, como un religioso; o que un religioso, por el contrario,
estuviera continuamente absorbido, a la manera de un obispo, por todas las circunstancias
que atañen a las necesidades del prójimo. Una tal devoción ¿no sería algo ridículo,
desordenado e inadmisible? Y, con todo, esta equivocación absurda es de lo más
frecuente… La devoci￳n –la oración- mientras sea auténtica nada destruye, sino que todo lo
perfecciona y completa”. La verdadera oraci￳n no complica, sino que nos permite hacer
bien las ocupaciones propias de nuestra vocación y misión.
Esto puede ayudarnos a reflexionar sobre la necesidad de oración en los laicos que por su
propia vocación están ligados a tantas situaciones que muchas veces parecen contraponerse
a las cosas de Dios. Es erróneo pensar que la espiritualidad y la oración están ligadas
solamente a los momentos en que estamos en el templo. Si creemos esto corremos el riesgo
de estar generando una ruptura entre la fe y la vida cotidiana.
Quizás tengamos que aprender a orar las situaciones como lo hace tanta gente con sencillez
y espontaneidad. Con una jaculatoria o bien tocando una imagen, invocando a nuestro
Padre Dios, como en el “Padre Nuestro” o bien elevando una petici￳n, como los pobres que
piden, porque se saben necesitados.
Si bien es necesario que los laicos tengan algún rato de oración personal, o bien, de
adoración eucarística, retiro espiritual o participación en los momentos comunitarios y
litúrgicos, es indispensable que oren desde las situaciones que les toca vivir a diario.
Siempre nos encontramos con alegrías, tristezas, desengaños, sufrimientos propios y ajenos,
todo esto podemos elevarlos a Dios como agradecimiento, alabanza o petición. Por eso en
el Evangelio de este domingo, el Se￱or nos propone la parábola “del amigo insistente”, en
el contexto del tema de la oraci￳n. Nos promete que quien pide con insistencia “Le dará
todo lo necesario” (Lc. 11,8).
Es cierto que no es fácil reflexionar sobre la oración, en un tiempo que se olvida a Dios.
Quizá por eso mismo tenemos que recordar que el hombre o la mujer que oran no solo
alimentan su vida espiritual, sino que sobre todo se humanizan”.
¡Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas