Comentario al evangelio del Sábado 03 de Agosto del 2013
Queridos amigos y amigas:
La historia de la decapitación de Juan el Bautista no parece un plato de buen gusto para amenizar las
vacaciones. Tiene, eso sí, los ingredientes de un buen "thriller" para pasar el tiempo, pero, ¿qué puede
decirnos a estas alturas?
Lo que más me llama la atención no es la historia del martirio en sí misma, aunque me referiré a ella
más adelante, sino el hecho de que el virrey Herodes confunda a Jesús con Juan. La confusión sólo es
posible cuando se da un gran parecido entre dos personas. Jesús se parece a Juan porque, en el fondo,
más allá de las formas, Juan se parecía a Jesús. No ha nacido nadie más grande que él.
Al final, la muerte de Juan es un anticipo de la muerte martirial de Jesús. Ambos son encarcelados
injustamente, ambos sufren un "proceso" trucado y ambos rubrican con su sangre la verdad de Dios.
¿No os parece que cada vez que celebramos el martirio de un discípulo de Cristo tocamos el núcleo
mismo de nuestra fe? Hoy también se dan martirios. Lo que ocurre es que, en algunos contextos,
estamos tan acostumbrados a casar el evangelio con tantas cosas que nadie se molesta en perseguirnos.
Podemos ser cristianos y sentirnos cómodamente instalados en el campamento capitalista o en las
avenidas del hedonismo. Nadie nos va a perseguir si no nos siente como una amenaza. No es que
tengamos que ir blandiendo la espada de la verdad como si fuéramos sus dueños, pero toda vida que se
deja iluminar por la verdad desenmascara las sombras. De hecho, cada vez que los cristianos se
arriesgan a adentrarse en los territorios oscuros lo pagan con su vida. Cuando la iglesia comenzó a
hablar claramente contra la mafia siciliana en seguida recibió su paga. Y lo mismo ha sucedido en
Colombia cuando se ha enfrentado a los grandes narcotraficantes. O en Filipinas cuando ha
acompañado al pueblo pobre acorralado por la guerrilla musulmana. O ... Parece que no hay otra
alternativa. Dar la vida es la única manera de "dar vida".
CR