XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pidan y recibirán
"Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, se lo concederé".
Uno de los discípulos dijo a Jesús: Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos. Les dijo: Cuando recen, digan: Padre, santificado
sea tu nombre, venga tu Reino. Hágase tu voluntad. Danos cada día el pan
que nos corresponde. Perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todo el que nos ofende. Y no nos dejes caer en la
tentación. Yo les digo: - Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen a la
puerta y les abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al
que llame a la puerta se le abrirá. Si ustedes, que son malos, saben dar
cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del Cielo dará Espíritu
Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,1-13).
El Padrenuestro es la oración más sencilla y sublime que Jesús quizás aprendió de
sus padres en Nazaret.
La invocación “Padre nuestro” sugiere la primera condición de toda plegaria: una
relación filial de fe y amor personal con Dios, pues la oración es “un encuentro de
amistad con quien sabemos que nos ama”, como dijo santa Teresa de Ávila. ¡Y nos
ama más que nadie!
Con la petición “santificado sea tu nombre” se indica que hemos de hacer lo
posible para que Dios sea conocido, reconocido y amado mediante nuestro ejemplo,
nuestra palabra y oración, de modo que todo hijo de Dios entre en relación de amor
salvador con la Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, nuestra Familia de
origen y destino.
“Venga a nosotros tu reino”; o sea que Dios nos ayude a trabajar para
establecer en la tierra el reino de Dios con sus bienes: la vida, la paz, la justicia, la
verdad, la libertad, el amor- en nuestro corazón, en la familia, en la sociedad, en el
mundo.
“Hágase tu voluntad”, es la condición para la eficacia de la oración; que Dios nos
dé lo que pedimos, si es conforme a su voluntad, que es siempre lo mejor para
nosotros. Conocemos la voluntad de Dios sobre todo en la oración y en la lectura de
su Palabra.
“Danos hoy nuestro pan”, y no sólo el nuestro, sino también para el 60% de la
humanidad que sufre el flagelo del hambre. Si compartimos nuestro pan, Dios no
permitirá que nos falte. “Den y se les dará”, dice Jesús. Si no escuchamos el grito
de los hambrientos, ¿cómo pretenderemos que Dios nos escuche cuando lo
necesitemos?
“Perdónanos nuestras ofensas como nosotros también perdonamos”.
Perdonar las ofensas, por graves que sean, es un sacramento de perdón: “Si
ustedes perdonan, serán perdonados. Y si no perdonan, no serán perdonados” (Mt
6, 15).
“No nos dejes caer en la tentación”, sobre todo en la tentación contra la fe, la
esperanza y el amor.
“Y líbranos del mal”. Líbranos de lo que nos hace daño temporal o eterno a
nosotros y a los demás.
Por fin, cuando nos disponemos a orar, pidamos ayuda al Espíritu Santo, “que ora
en nosotros con voces inefables” (Rom 8, 26). Y pidamos a María que ore con
nosotros y por nosotros: “Ruega por nosotros”.
Padre Jesús Álvarez, ssp