Ciclo C: XVII Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M..
Perseverancia en la oración
Una de los textos más conmovedores de la Sagrada Escritura es el que
encontramos en este fragmento del libro del Génesis que se proclama en este
domingo. Se enmarca dentro de un encuentro entre Dios, en la figura de los tres
peregrinos que caminan hacia Sodoma y Abraham, el hombre hospitalario, elegido
para ser padre de una gran nación. El misterioso proceder de Dios se nos da a
conocer al comienzo, lo que sobresalta al lector, pues si bien es cierto se reconoce
la consideración dada hacia Abraham se hace explícito el designio justiciero contra
Sodoma y Gomorra. Tales ciudades han quedado marcadas para la posteridad a lo
largo de la Biblia como ejemplo de pueblos apartados de Dios y es evidente que se
pretende advertir la suerte funesta para quienes se obstinan en la maldad. Pero, lo
que más sorprende es el atrevimiento de un ser humano que pide una concesión
ante tal designio divino. Abraham será el padre de una gran nación, de un pueblo
elegido para ser signo de salvación para todos los demás pueblos y este episodio lo
hace patente. Abraham se convierte en el intercesor de toda la humanidad, pero
dentro de los límites propios de una justicia que exige con humildad al mismo Dios
que considere bien su decisión. Abraham sabe que el mal debe ser destruido, no lo
pone en cuestión; lo que realmente le interesa a Abraham es saber si esta decisión
conlleva el atentar contra la vida de los justos que pudieran morar con los
pecadores. “¡Lejos de ti!” Es un grito de confianza, pero a la vez de súplica humilde
y convincente de que Dios es infinitamente justo. Pero la delgada línea de confianza
se estrecha aún más a través del “regateo” por la vida de los pocos justos que
hubiera. Si en aquella época se planteaba cómo entender la justicia desde Dios, hoy
también sigue siendo un punto de inflexión en nuestra profunda reflexión sobre el
acontecer de nuestra vida. Abraham se inmiscuye con sinceridad y humildad en los
asuntos divinos, no para cambiar sus designios sino para comprenderlos mejor,
para interiorizarlos, para confirmar su fe en el Dios que le ha revelado su misión,
que lo ha elegido justamente para ser un pueblo santo. Es un pasaje realmente
extraordinario que nos confronta también como Abraham a acercarnos en ese
diálogo de confianza y sinceridad con Dios. No siempre pensamos en lo que pueda
significar tal o cual suceso para nosotros, quizá nuestra reacción sea más incisiva y
exigente, pero es también un camino necesario para seguir aferrándonos a la
justicia de Dios que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.
Este fragmento de la carta a los colosenses resalta la condición especial y
privilegiada de ser cristiano en medio de un mundo donde se ofrecen otros caminos
para supuestamente acceder a la verdad que pueda satisfacer el deseo de todo ser
humano. Esta exhortación no solo cuestiona la vana pretensión de la razón humana
sino también la ineficacia de la circuncisión y demuestra la extraordinaria iniciativa
divina en Cristo. El misterio de la muerte y resurrección de Jesús se convierte en la
única opción para el ser humano de alcanzar su plenitud. La cruz se convierte en el
signo paradigmático de la salvación. De esta forma, en el sacrificio redentor de
Cristo queda borrado todo testimonio posible de acusación contra la humanidad
pecadora. Es la expresión más sublime de intercesión que tenemos ante Dios
Padre: Cristo en la cruz. De allí, que nuestra participación en este misterio redentor
a través del bautismo nos convierta realmente en personas salvadas por el amor de
Dios.
El evangelio de Lucas en este domingo nos entrega este pasaje donde Jesús a
pedido de sus discípulos enseña a sus discípulos a orar. En este evangelio hay una
insistencia peculiar de demostrar el constante diálogo de Jesús con el Padre
convirtiéndose en el paradigma a seguir en todo cristiano. Encontramos aquí la
versión más reducida del Padrenuestro con un matiz muy propio en la
perseverancia y la insistencia de la oración. El énfasis, por tanto, está en la
constancia que nos lleva a la confianza en Dios que siempre está dispuesto a
conceder su santo espíritu a quienes lo requieran. Las comparaciones usadas en
este fragmento reafirman esto; desde la insistencia del amigo inoportuno hasta las
irrisorias entregas del padre hacia su hijo. Sin duda, la perseverancia es todo un
desafío no sólo humanamente hablando sino también desde la perspectiva de la fe.
La oración, vehículo de comunicación íntima con Dios, adquiere un significado
profundo no tanto en las cosas que podamos decirle ni en el abundante tiempo que
separemos, sino sobre todo en la constancia y regularidad que la hagamos.
En un mundo donde el individualismo juega un rol decisivo disfrazándose muchas
veces con el enga￱o de la “superaci￳n a toda costa” y que luego conduce a una
especie de reivindicación de la naturaleza humana por encima de todo marco
religioso; la Palabra de Dios nos recuerda que nos necesitamos mutuamente para
saber darnos la mano ante el designio misterioso de Dios y podamos descubrir y
asumir el significado profundo de lo que muchas veces no llegamos a comprender
en el momento. Este es el poder auténtico de la intercesión. Y esto justamente nos
debe llevar a valorar infinitamente la voluntad divina para lo cual resulta
indispensable la comunicación sincera y humilde con Dios. Solamente oran quienes
saben asumir que su vida no depende de sí mismos. Los soberbios no oran porque
para ellos Dios no es necesario y esto se convierte en el engaño más profundo para
el propio ser humano.
Aprendamos pues a la luz de estos textos bíblicos a mantenernos constantes en
nuestra relación con Dios, a abrir nuestro corazón con reverencia pero con mucha
sinceridad, a conjugar el respeto a su voluntad salvífica con el discernimiento
humano que nos pueda llevar a descubrir el misterio escondido de su salvación que
fue manifestada en la cruz redentora. La certeza de una adecuada vida de oración
está en la perseverancia y en ello tengamos presente que no es solo cuestión de
que Dios haga tal cual yo le pida, sino que en nuestra constancia podamos estar
ciertos que Dios ve lo conveniente para nosotros dentro de un amplio designio
salvífico que muchas veces a primera instancia nos supera. Hagamos nuestra la
antífona del salmo y que es la mejor expresión de quienes confían sinceramente en
la eficacia de la oraci￳n: “Cuando te invoqué, Se￱or me escuchaste”
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)