Solemnidad. La Asunción de la Santísima Virgen María (15 de agosto) .
NUESTRA SEÑORA DE LA SERENA PAZ Y LA ALEGRÍA
Padre Pedrojosé Ynaraja
A los niños pequeños, equivocadamente según mi parecer, se les acostumbra a
ocultar la muerte. Son estos engaños, como otros tantos, que facilitan no tener que
contestar a muchas de sus preguntas, que a los adultos nos resultan impertinentes.
Si muere alguien en la familia, vecinos o parientes se apresuran a llevarse
caritativamente a los pequeños fuera de casa. Ya se encargará la TV y sus películas
de violencia y terror, de hablarles de la muerte. (un niño al que le confiaron que su
abuela había muerto, preguntó de inmediato ¿Quién la ha matado?). Empieza a
aparecer un fenómeno paralelo, pero referido a gente mayor, y esto es más grave.
Se manifiesta en un familiar una enfermedad progresiva e incurable y, como la
gente está tan ocupada y los pisos son tan pequeños, se acude a ingresarlo en una
residencia donde será mejor atendida, situada lejos, para que ni vecinos ni
parientes, sepan nada. (al perro sí, cada día lo sacan de paseo, es imprescindible).
Llegará la muerte y se oficiará alguna oración, tal vez ni eso, y de inmediato se
acudirá a la incineración del cadáver. Y se procura hablar poco de ello. Se ha ido y
no se dan detalles, como cuando alguna persona en una reunión de alto copete,
debe salir para satisfacer necesidades fisiológicas, lo hace discretamente, sin dar
explicaciones. No exagero, por desgracia podría citar casos concretos. (Y que
conste que muchísimas residencias, son instituciones de valor, donde controlan la
medicación y tratan con mimo y a donde acuden los familiares frecuentemente a
visitar a su ser querido y lesionado. Doy fe de ello y he aconsejado esta solución
algunas veces a gente amiga, cristiana y honrada)
Las argucias desleales a las que me he referido, no logran que se deje de pensar
en la muerte.
Hoy en día, el final de la vida ya no se supone como antaño que ocurrirá en la
vejez. Los accidentes circulatorios, el SIDA o las drogas duras, son fenómenos
graves juveniles, más frecuentes de lo que dsearamos. Y los compañeros de la
víctima, no dejan de preguntarse por el sentido de la vida y de su final. En otros
casos, como en el triste accidente ferroviario de estos día, por muchos y eficientes
sicólogos que envíen las instituciones públicas, la pregunta se vuelve acuciante y
sin respuesta: ¿por qué ocurre esto? ¿Dónde está ahora la persona que yo amaba?
(aprovecho la ocasión para advertir que cuando las autoridades han localizado y
enviado a estos técnicos, ya han llegado sacerdotes que atienden generosamente a
quien solicita ayuda, pero de esto los medios no hablan).
Tememos a la muerte y con razón. Somos seres vivos y lo propio es vivir. (La
inmensa mayoría de seres inferiores, protozoos etc. no mueren, se dividen de una u
otra manera, sin que pueda hablarse con propiedad de defunción).
El planteamiento os habrá parecido muy teórico, mis queridos jóvenes lectores, y
no os faltará razón, pero quería que contemplarais la solemnidad de hoy desde
raíces antropológicas y que vuestro asombro abarcara desde los cimientos hasta lo
más sublime y elevado del misterio que celebramos hoy.
Santa María vivió en unos tiempos y cultura muy diferente de la nuestra, pero lo
fundamental no ha cambiado pese a haber transcurrido siglos. Conoció la muerte
de sus padres y la de su esposo. Sufrió la agonía y triste trance de su Hijo, pero
conservó una serenidad envidiable. Podremos darle muchos nombres y conoceréis
muchas advocaciones, ninguna de ellas será “la Virgen del rencor”, ni la “Virgen del
temor”. (el caso de “Notre Dame de l’efroi” en Nazaret, se refiere al susto de María,
aquel sábado que Jesús acudió como rabino a la sinagoga de su pueblo, el temor.
Fue un episodio transitorio)
Vivió en Jerusalén acompañando a los discípulos de su Hijo y gozando de la
compañía de las colaboradoras del Señor. Con ellos estuvo cuando el Espíritu
Santo, que sobre ella ya había descendido el día de la Anunciación, vino en
Pentecostés también sobre todos ellos. Cuentan tradiciones o leyendas, que aceptó
que le prepararan un sepulcro a escasos metros de donde su Hijo había sufrido
triste agonía, en el huerto de Getsemaní. Aun se conserva, gozando de certeza
arqueológica. Lo he visitado muchas veces y espero volver a hacerlo dentro de
poco, con ilusionada devoción.
Se hizo mayor, ningún dato histórico, ninguna tradición o leyenda, nos cuentan
que se revelase contra la muerte, muy al contrario, los orientales, hablan siempre
de la dormición de María y trasmiten esta imagen mediante bellos iconos. El
cuerpo yacente está sereno y plácido acompañada de gente amiga. Su Hijo espera
encima para acogerla.
Los occidentales, decimos que fue asunta al Cielo. La representamos mecida en
algodonadas nubes y acompañada de ángeles y con rostro alegre.
Acabo recordándoos que en la bella oración del Ave María, le pedimos que nos
acompañe en la hora de nuestra muerte. Millones de veces se lo habré repetido yo
y confío que esté a mi vera cuando me toque. Lo espero, y creo y os digo, que en
más de una ocasión, llegada la proximidad de la muerte de personas de Fe, les he
recordado que en su vida se lo habían pedido muchas veces, que no teman, que
confíen. No son experiencia lejanas las que ahora estoy recordando, han sido mis
padres y mis hermanas las que en esta paz han muerto.
Os he contado esto, mis queridos jóvenes lectores, para que digáis y repitáis el
Ave María. Estáis saludando a la Señora de la Paz y la Alegría. Otro día os hablaré
más de ello.
Quedaos imaginando el abrazo que de la Santísima Trinidad recibió Santa María, al
llegar al definitivo encuentro.