XVIII Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Nm.11, 4-15: Yo sólo no puedo cargar con este pueblo.
b.- Mt. 14, 13-21: Primera multiplicación de los panes.
Este milagro tiene reminiscencias en el AT., donde vemos que la harina y el pan son
multiplicados en tiempos de Elías y Eliseo (cfr.1Re 17,9-16), pero lo más
importante, es la palabra de Yahvé: “Comerán y sobrará” (2Re 4,42-44). Los judíos
contaban entre los bienes mesiánicos, con un pan milagroso, como el maná en
tiempos de Moisés; realidad que se cumplió en Cristo Jesús (cfr. Jn. 6, 32). Con
esta primera multiplicación de los panes, Jesús quiere dejar en claro, que han
llegado los tiempos mesiánicos con su persona entre ellos, y su mensaje de
salvación. Esta primera multiplicación de origen palestino, se realiza en el lado
occidental del lago; la segunda que recoge la tradición de origen pagano, sucede en
el lado oriental del lago (cfr. Mt. 15, 32-39). El Mesías debía dar respuestas a los
problemas más urgentes de las personas, como el hambre, en este caso. El señorío
de Cristo, llega a toda la realidad del hombre necesitado de bienes espirituales y
materiales, aunque el esfuerzo humano, también se requiere para que obre Dios,
con su providencia divina. Los apóstoles le señalan a Jesús que se ha hecho tarde,
están en descampado, le piden despache a la gente y se compren comida (v.15).
Jesús sabe lo que quiere hacer, pero serán los apóstoles quienes deban crecer en el
conocimiento del Señor. Hay sólo cinco panes y dos peces; el mandato ha sido:
“Dadle vosotros de comer” (v.16). Los discípulos muy poco pueden hacer, hay que
poner los ojos en Jesús; ellos están con las manos vacías, sólo podrán entregar lo
que Jesús les ofrecerá. Todos se sientan alrededor de Jesús, sobre la hierba, los
discípulos le proporcionan los alimentos, los toma, mira al cielo y alaba al Padre.
Como un padre de familia antes de la comida da la bendición a los alimentos como
padre de todo el pueblo; parte el pan y los peces, y lo da a los apóstoles para que
los repartan a las gentes. Todos comen y quedan saciados, una verdadera
bendición divina, todo un signo. Si leemos bien este signo, Jesús no les quitó el
hambre ni la preocupación por el pan cotidiano, pero al menos una vez todos
quedaron saciados, y sobraron doce canastos llenos (v. 20). Cuando Jesús está en
medio de ellos, nada les falta sacia todos su apetitos, crecía la unidad entre ellos.
Todo resultado de una situación puntual, como cuando sana enfermos, expulsa
demonios o resucita muertos, da de comer a la multitud. Yahvé había alimentado a
su pueblo, asegurándoles su existencia (cfr. Ex. 16,13-15). Se repiten los prodigios
del pasado, Dios está más cerca de su pueblo con Jesús de Nazaret, en medio de
ellos. En una segunda lectura de este acontecimiento salvífico, encontramos una
imagen de la Iglesia: Jesús, en medio de ella como el Revelador del Padre, dador
de todos los bienes del Reino, en especial el Pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Los apóstoles son los que están más cerca de ÉL, entregan sus dones, son sus
brazos extendidos. Cuando bendice, Jesús, mira al cielo, hace las obras que el
Padre le ha encomendado; obra más que como Mediador, como el caso de Moisés,
como fuente de vida, dador de vida nueva. La Eucaristía, es la mejor manera de
gozar de su compañía, vivir caritativamente, toda la comunidad, los elegidos para
el banquete del reino de los Cielos. Bien dijo Santa Teresa: Sólo Dios basta.
La Santa Madre Teresa de Jesús, nos invita a comer de este Pan vivo bajado del
cielo que es Jesús eucaristía. “Y así le dice su Hijo, que, pues no es más de un día,
se lo deje ya pasar en servidumbre; que pues Su Majestad ya nos le dio y envió al
mundo por sola su voluntad, que Él quiere ahora por la suya propia no
desampararnos, sino estarse aquí con nosotros para más gloria de sus amigos y
pena de sus enemigos. Que no pide más de hoy, ahora nuevamente, que el
habernos dado este pan sacratísimo para siempre. Su Majestad nos le dio, como he
dicho, este mantenimiento y maná de la humanidad; que le hallamos como
queremos, y que si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de
todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo Sacramento
sabor y consolación” (CV 34,2).