XVIII Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Nm.20, 1-13: Ábreles tu tesoro, la fuente de agua viva.
b.- Mt. 16, 13-23: Confesión de Pedro y primado de Pedro.
Este evangelio comienza con esta pregunta: ¿Quién es Jesús? Se da una clara
identificación entre Jesús de Nazaret y el Hijo del Hombre. La pregunta se puede
responder desde la perspectiva puramente humana y la de Dios, el de la revelación,
y el conocimiento sobrenatural. Ahora bien, el texto nos revela precisamente la
opinión de los hombres y lo que piensan los más cercanos a ÉL, sus discípulos. La
respuesta de los primeros, fue recurrir a las grandes figuras del pasado de Israel,
que podían volver en la persona de Jesús. Reconocer en Jesús un profeta no era
difícil en ese contexto. Pedro responde por todos, es la respuesta cristiana de la fe:
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (v. 16). Esa confesi￳n, como dice Jesús, no
procede ni de la carne ni de la sangre, es decir, no se llega a través de la razón,
sino de la revelación, que hace el Padre de su Hijo, a quien quiere. A la confesión
de Pedro, sigue la promesa formal de Jesucristo: “Y yo a mi vez te digo que tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates
en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos.» (vv. 18 - 19). La misión confiada a Pedro es única: ser
fundamento visible de la Iglesia, mientras que el invisible no puede ser otro, que el
propio Jesucristo, el Señor. Pedro y Jesús resucitado, son la garantía de
indefectibilidad que tiene la Iglesia a través de la historia (cfr.1 Cor. 3, 10-12). Este
poder de servicio se expresa en la imagen de las llaves, y el atar y desatar, es
decir, autoridad sobre la casa y la capacidad de permitir y prohibir. Vivir la
comunión es fundamental entre los creyentes, pero especialmente con el Papa y su
Magisterio. El problema es que la comunión eclesial a lo largo de los siglos ha
sufrido el dolor de las herejías y cismas, las críticas destructivas de personas que se
dicen creyentes, pero no son practicantes, otros que reducen su hablar a criticar
miserias humanas de aquellos que forman la comunidad eclesial. La presencia
constante y activa del Espíritu Santo, en la Iglesia hace que el diálogo fructifique, el
respeto crezca y la caridad sea efectiva en la comunión eclesial, dentro del pueblo
de Dios, guiados por los legítimos pastores, que Dios dona a su Iglesia.
Santa Teresa de Jesús, coloca como fundamento de la vida comunitaria de sus
nuevas fundaciones a Jesucristo, hasta conseguir que cada comunidad fuese otro
colegio apostólico o colegio de Cristo. Olvidando la casa paterna, el carmelita sigue
al Se￱or. “Esto no viene aquí, porque en esta casa nunca plega a Dios haya acuerdo
de cosas de éstas (los bandos): sería infierno; sino que la que fuere más, tome
menos a su padre en la boca; todas han de ser iguales. ¡Oh colegio de Cristo que
tenía más mando san Pedro, con ser un pescador y le quiso así el Señor, que san
Bartolomé, que era hijo de rey! Sabía Su Majestad lo que había de pasar en el
mundo sobre cuál era de mejor tierra, que no es otra cosa sino debatir si será
buena para adobes o para tapias. ¡Válgame Dios, qué gran trabajo traemos!” (CV
27,6).