XIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Jos. 24, 1-13: Los saqué de Egipto, les di una tierra.
b.- Mt. 19, 3-12: El divorcio lo permitió Moisés, pero al comienzo no fue así.
El evangelio de hoy, nos habla de dos temas: el matrimonio y el divorcio (vv.3-9),
y la continencia voluntaria (vv.10-12). La respuesta de Jesús, va más allá de la ley
de Moisés, remontándose al querer de Dios Creador, hombre y mujer unidos por el
amor destinados a una vida en común, es decir, una sola carne. La voluntad de
Dios va contra el divorcio, si Moisés lo permitió fue porque el pueblo era duro de
corazón (cfr. Dt. 24, 1). Su decisión no es un mandamiento, lo primitivo tiene
primacía sobre lo tardío, lo que era al principio, la voluntad del Creador, es anterior
a la de Moisés. Dios crea al hombre y a la mujer como seres complementarios,
íntimamente relacionadas, que constituyen una sola carne (cfr. Gn. 2,24). La fuerza
del sexo, y el ansia de complemento personal es tan intenso, que se deja la propia
familia, para unirse al otro consorte (cfr. Gn.1, 27). Con ello, el evangelista, quiere
decir, que la institución matrimonial es de origen divino, es decir, no se puede
derogar, por un precepto o disposición suplementaria (cfr. Gál. 3,15-20). Dios
estableció una unidad, mediante su voluntad creadora que infundió en los hombres
este anhelo natural y satisfacción, no sólo de tipo sexual, sino de toda la vida. Por
ello, Jesús habla que es Dios quien los unió, y no fueron las criaturas las que se
unieron solamente, de ahí que no se pueden separar, porque ambos, están
llamados a la obediencia a su Creador. El matrimonio cristiano, abarca toda la vida,
y el hombre y la mujer, se hacen una sola carne. Jesús asume el orden primitivo
del matrimonio, y lo convierten en mandato nuevo para el pueblo de Dios, es decir,
la Iglesia. Este concepto, también es válido para los no creyentes, en cuanto habla
de la alta dignidad del ser humano, si existe verdadero interés en la persona
humana. Dios no ha mandado el divorcio, lo ha permitido Moisés, concesión dada
debido a la debilidad de los hombres, mirando a la dureza de sus corazones, lo que
habla de la apatía, y sordera de parte de Israel a la voluntad de Dios (v.8; Mc.16,
14). Jesús está a favor del matrimonio indisoluble, lo que pareció excesivo a los
discípulos, prefiriendo incluso, no casarse; el matrimonio era obligatorio para todo
judío, siguiendo el mandato de crecer y multiplicarse (cfr. Gn. 1, 28). El matrimonio
es deseado por Dios, el divorcio permitido por Moisés, pero aquí Jesús, devuelve al
hombre y sobre todo a la mujer, su dignidad de compañera para formar una unión
indisoluble. El secreto del verdadero matrimonio, está en el mutuo crecimiento en
el amor, por medio de la madurez personal, la educación continua en el amor, y en
la espiritualidad matrimonial, que germina de su propia vocación cristiana. Amar es
más dar, que recibir y disfrutar. En muchos hay egoísmo, poca capacidad de
sacrificio, y mucha liviandad a la hora de llevar adelante la propia vida matrimonial.
Poca dedicación a la persona amada; muchos incluso, no dejan de llevar vida de
solteros, estando ya casados. El matrimonio cristiano es una vocación a la santidad,
como el sacerdocio, la vida religiosa, porque es camino de amor entregado y
sacrificado. Es un Sacramento, es decir, un signo eficaz de gracia y salvación. El
matrimonio cristiano hunde sus raíces en el amor de Dios, fuente de todo amor
auténtico, y a él debe conducir y encaminarse. Dios se responsabiliza de los
esposos y padres, si éstos acuden con frecuencia a la oración y la fe, viviendo su
vocación a fondo, lo que produce, un crecimiento en el amor y en la fidelidad. Pero
además se habla de la renuncia al matrimonio por el Reino de los Cielos, es decir, la
libre decisión tomada en razón del Reino de los Cielos. El celibato cristiano por el
Reino de los Cielos, es don de Dios y lo reciben quienes han entendido,
comprendido el lenguaje del Espíritu Santo como otro camino vocacional para
servir a Dios y al prójimo. Por lo tanto, hay que promover entre los jóvenes y
novios el celibato y el matrimonio por el Reino de los Cielos.
De los propios labios de Teresa de Jesús escuchemos cómo nos habla de su familia.
“El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin,
con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.” (V 1, 1)