Suegra y nuera, pero y gato, no comen del mismo plato
Domingo 20 ordinario 2013, 18 de agosto C
Hay cosas que naturalmente son irreconciliables, por ejemplo el agua y el aceite, la
luz y la sombra, y entre las personas, también entre ellas se crean situaciones
incompatibles, parece risible, pero muchas veces es verdad, la relación suegra-
nuera más que relación parece un distanciamiento a todas luces buscado por una o
por las dos partes en conflicto.
De esta manera algunas frases de Cristo nos parecen irreconciliables con lo que
nosotros le conocemos y lo que le hemos oído. De buenas a primeras Cristo nos
sorprende con una frase que nos deja atontados: “He venido a traer fuego a la
tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo
ᄀY cómo me angustio mientras llega!”. ﾿piensan acaso que he venido a traer paz a
la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz sino la división.
¿Verdad que es una manera muy extraña de expresarse de Cristo Jesús? Es verdad
que esa no es la forma que nosotros le conocemos. Lo hemos conocido como el Rey
de Paz, le hemos construido monumentos en los que lo imploramos como el Rey de
la Paz entre todos los hombres, y ahora nos resulta que no, que él no viene a traer
la paz sino la división y la guerra. Por principio creo que no tenemos que adornar
las palabras ni dorarlas, ni ponerle chocolate encima y una cerecita que corone su
aguerrida frase. ¿Qué quiso decir en verdad Cristo? No nos olvidemos que la frase
está consignada en el evangelio de San Lucas, que es muy cuidadoso de traernos
las palabras fieles de Cristo Jesús y nos lo presenta en un momento crucial en su
propia vida. Cristo está en camino a Jerusalén. Él sabe lo que le espera en ese
lugar. No puede ignorarlo. Sabe las tribulaciones que le esperan, conoce lo que los
“buenos” del templo de Jerusalén están tramando contra él su propia muerte. Pero
con todo y todo, Cristo no se arredra, se encamina valientemente a aquella ciudad
que tan hostil se le había presentado siempre. Ya su misma actitud va aclarando las
cosas, porque él tuvo que romper con todos los que se oponían a la misión que el
Padre le confiaba, entregarse por todos los hombres. ¿OPOSICIÓN? Si, sus
parientes, quisieron tomarlo preso y llevárselo porque lo consideraban una afrenta
para familia. Los de su tierra, de plano lo rechazaron cuando él iba con el corazón
en la mano a ofrecer la salvación a aquellas gentes que él quería y estimaba en su
corazón porque con ellos había transcurrido una gran parte de su vida. Sus mismos
apóstoles tampoco estuvieron de acuerdo con su manera de ver las cosas y con su
deseo de entrega y de generosidad. Los directores religiosos del pueblo judío, los
que podemos considerar los “los buenos de la película” eran los más opuestos a su
vida, no creyeron en él, lo consideraron un enemigo del pueblo y una amenaza para
la seguridad social y económica muy en concreto de ellos que gozaban de una
situación privilegiada frente a un pueblo miserable y sumido en la esclavitud de los
romanos. ¿Ya vamos entendiendo? La paz no se le entregaría a Cristo en las
manos, sus manos juntitas, sentadito, muy mono, esperando una dádiva del Padre
Dios. Él tuvo que abrir las manos, dejarse clavar en la cruz, con gran dolor de sus
miembros heridos, pero con la convicción de que con su entrega lograría la paz, la
luz, el perdón para los pecados y una situación de alegría, de triunfo y de salvación
para todos los hombres. De manera que si eso hicieron con el palo seco, ¿qué no
harán con nosotros? Un hombre que está hablando y fuerte y claro entre los
hombres, es el Papa Francisco, y sus palabras no son de halago, ni su sonrisa es
para ganarse el favor de los hombres y del mundo. Ciertamente sonríe, pero en
sus palabras y en su vida se refleja precisamente lo que Cristo está pidiendo,
definirnos por un seguimiento sincero, sencillo, profundo, leal aunque esto levante
ámpulas entre los que están dudosos o viven de tal manera en la comodidad o en el
placer, que se les hace imposible entender lo que Cristo quiere. Hemos llegado a
una situación entre los creyentes, en concreto entre nosotros los católicos, que si
nos decidimos a ese seguimiento al que nos llama Jesús, nos vamos a ver en serios
conflictos, y las familias lo percibirán y la sociedad misma se dolerá viéndose
descubierta en su maldad, en su ingratitud, en su deseo de riqueza fácil y de
placeres efímeros. Qué difícil será desde ahora ser un verdadero cristiano, pero si
estamos decididos, en la faz de Cristo brillarán la luz, la salvación y la verdadera
paz.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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