XIX Domingo del Tiempo Ordinario/C
Donde está tu tesoro está tu corazón
Hoy el evangelio nos dice: “Busquen más bien el Reino, y todas las cosas se les
darán por a￱adidura” (Lc 12,30-31). Según esta enseñanza de Jesús, el Reino de
Dios es el Bien absoluto, en cuya comparación todo lo demás no merece otro
nombre que “a￱adidura”. S￳lo el Reino de Dios merece ser buscado: “Busquen más
bien su Reino”. San Juan de la Cruz no concedía a las demás cosas ni siquiera un
pensamiento: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por
tanto, s￳lo Dios es digno de él” (Dichos de luz y amor, 32).
Por tanto, la invitación de Jesús no es a cruzarse de brazos y esperar que todo
“caiga del Cielo”, a dejar de trabajar para conseguir el sustento diario y cubrir las
necesidades cotidianas, sino a no dejarse dominar por un asfixiante afán de
riquezas o un ritmo de trabajo excesivo que termina por excluir a Dios de la vida
diaria. Antes que “ganar” el mundo, el discípulo de Cristo debe preocuparse por
conquistar el Reino venidero, la vida eterna. Antes que en el dinero o en las
riquezas pasajeras, la confianza debe estar puesta en Dios, pues Él cuida de sus
hijos. Lo necesario no les faltará jamás. A buscar en primer lugar el Reino de Dios,
todo lo demás Dios lo dará por añadidura.
La exhortación del Señor a confiar en la Providencia divina culmina con unas
palabras muy alentadoras: “No temas, peque￱o reba￱o, porque el Padre de ustedes
ha tenido a bien darles el Reino”. El Reino de Dios es el don más grande que Dios
ha dado al mundo, se identifica con la Persona de Jesucristo. A esto se refiere Jesús
cuando declara: “Tanto am￳ Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16). El
Reino es el único don digno del amor de Dios. El don que Dios ha hecho a su
pequeño rebaño es darle a Jesús como Pastor. Junto con él le llegan todos los
demás bienes, de manera que el cristiano, refiriéndose a Cristo puede decir: “El
Se￱or es mi pastor; nada me falta” (Sal 23,1).
¿Cuál es tu tesoro?, ¿Dónde está tu corazón?: donde está tu tesoro, allí está tu
corazón (Cfr. Lc 12, 34). Tu tesoro puede ser el dinero, oro y joyas, o también
cualquier otra cosa o persona a la que finalmente tu corazón está totalmente
adherido. Para san Pablo todo lo que antes apreciaba result￳ ser “basura” en
comparación con el conocimiento de Cristo (cfr. Fil 3,7-8), con el Reino. El mismo
apóstol escribe a los cristianos de Roma: “El que no perdon￳ ni a su propio Hijo,
antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente
todas las cosas?” (Rom 8,32). Cristo es el don supremo de Dios al mundo. Si nos
dio este don, con mayor razón nos dará junto con Cristo -como añadidura- todas
las demás cosas. Buscar otras cosas, más que a Cristo, es la mayor desgracia del
ser humano.
Hay tesoros que no sólo empobrecen, sino, peor aún, degradan al ser humano. Son
falsos tesoros, perlas falsas. Por otro lado, hay riquezas que elevan al ser humano a
su máxima grandeza. Jesucristo es el mayor tesoro para el ser humano. Al
conocerlo a Él, nos adentramos en el propio conocimiento, descubrimos nuestra
propia identidad: ¿quién soy? ¿Cuál es mi origen, cuál mi destino, cuál el sentido de
mi existencia? En la amistad con Él aprendemos a vivir la auténtica amistad.
Amándolo a Él experimentamos lo que es verdaderamente el amor, y en la escuela
de su Corazón aprendemos a vivir ese amor sin el cual la vida del hombre carece de
sentido. Él no sólo es la respuesta a todos nuestros anhelos y búsquedas de
felicidad, sino que en Él podemos saciar nuestra sed de Infinito. Él es la fuente de
nuestra vida, de nuestro amor, de nuestra felicidad. Es decir, en Cristo, al
conocerlo, al amarlo, al abrirle las puertas del propio coraz￳n, al “hacerlo nuestro”,
podemos proclamar: ¡Vale la pena ser hombre, porque Tú, Señor, te has hecho
hombre! ¡Y te has hecho hombre para elevarme a mí a la participación de tu misma
naturaleza divina! (ver 2 Pe 1, 4) ¿Puede haber mayor riqueza que esa, una riqueza
incalculable que deviene en un “pesado caudal de gloria eterna” ( 2Cor 4, 17)?
Ser sabio y sensato es dar a cada cosa su valor real, en vistas a la propia
realización, a alcanzar la propia y eterna felicidad. Como un negociante de joyas: es
un buen negociante quien conoce su oficio y por lo tanto difícilmente puede ser
engañado con piedras falsas o de poco valor. En cambio, un hombre ingenuo y
tonto es capaz de cambiar piedras preciosas por baratijas, oro por espejuelos.
Mi propia realizaci￳n pasa por la objetiva valoraci￳n que haga de los “tesoros” que
se presentan ante mí, así como de la opción correcta que haga a partir de esta luz
objetiva. El discípulo del Señor Jesús debe tener siempre el coraje de abandonar
todo aquello que constituya un obstáculo para su verdadera realización y adherir su
corazón, su inteligencia, sus afectos, su voluntad, a lo que es verdaderamente
valioso, a lo que finalmente me llevará a “ganar la gloria eterna”, ganar a Cristo
para siempre.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)