XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pautas para la homilía
He venido a prender fuego en el mundo
En lo referente al fuego, evidentemente Jesús no es ningún incendiario o uno de
esos pirómanos que pululan por los campos en el tiempo estival. El fuego que Jesús
ha venido a traer a la tierra es el fuego del conocimiento y del amor del Padre, el
fuego de la caridad y del amor de los unos con los otros, el fuego del Espíritu Santo
que extienda el conocimiento de su nombre hasta todos los confines de la tierra.
Cuando dice que tiene que recibir un bautismo, por supuesto que no se refiere al
bautismo de Juan que había recibido ya al comienzo de su predicación, sino al
trance de su muerte. Es un bautismo de sangre, el bautismo de su pasión y muerte,
por la que nosotros habíamos de ser regenerados para la vida eterna. Por eso
precisamente desea recibirlo.
Y cuando dice que no ha venido a traer la paz, sino la guerra y la desunión en las
familias ¿qué quiere decir Jesús? ¿Cómo es posible que Jesús haya podido decir tal
cosa, cuando en las últimas horas de su vida, rodeado de sus apóstoles en la última
cena, dijo: La paz os dejos mi paz os doy; Padre, que todos sean uno como tú y yo
somos uno?
Evidentemente, no viene a traer la paz del rey Sedecías, de la primera lectura, una
marioneta en las manos de los poderosos corruptos de su gobierno. Un hombre sin
personalidad, sin carácter y sin autoridad que accede cobardemente a entregar a
Jeremías para que lo maten diciendo: Ahí lo tenéis en vuestro poder, el rey no
puede hacer nada contra vosotros. Y cuando un hombre compasivo, un extranjero,
le pide su liberación, la concede a toda prisa porque está lleno de miedo y no sabe
qué hacer. Gobernantes así son la ruina de los pueblos.
La paz a la que alude Jesús en el contexto de la última cena es una paz interior,
una paz del Espíritu, un gozo del alma. Y es el resultado de la armonía entre Dios y
el hombre interior, algo tan hermoso que probablemente será necesario
experimentarlo alguna vez para saber lo que es, y para comprender también que es
algo que el mundo no puede dar.
Ahora bien, la paz a la que alude Jesús en este texto que estamos comentando no
tiene ese sentido. Mejor dicho, tiene un sentido peyorativo. Es una paz externa, la
paz de la pereza, del conformismo, de la cobardía. La paz que existe entre las
personas que están juntas, pero que no tienen ningún lazo interior para estar
unidas. No hay nada fuerte y vigoroso que una a las personas que viven en esa
paz. Y en cuanto surge el menor conflicto, eso será la chispa que haga saltar la paz
en que viven en mil pedazos para dar paso a la guerra y a la división.
Esto es precisamente lo que ocurre cuando Jesús entra con fuerza en el corazón de
una persona. Se adueña de ella y la condiciona de tal manera que esta persona
será una persona distinta, se sentirá movida a hacer cosas distintas y a renunciar a
cosas que antes hacía con normalidad. Y el impacto puede ser tan fuerte, incluso
entre los miembros de una misma familia, que provocará la desunión entre ellos. La
historia se ha encargado de acreditar esta realidad con la abundancia de casos que
se quiera. Esa es la división que Cristo ha venido a traer. La división de los que no
tenían ninguna razón sólida y fuerte para estar unidos. Y la división de los que
aceptan y rechazan a Cristo en sus vidas.
Fr. Aristónico Montero Galán O.P.
Convento de San Pedro Mártir (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org