Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 19, Miércoles
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Murió Moisés, como había dicho el Señor, y ya no surgió
otro profeta como él * Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida. * Si te hace
caso, has salvado a tu hermano
Textos para este día:
Deuteronomio 34,1-12:
En aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte de Nebo, a la cima
del Fasga, que mira a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan,
el territorio de Neftalí, de Efraín y de Manasés, el de Judá hasta el mar occidental,
el Negueb y la comarca del valle de Jericó, la ciudad de las palmeras, hasta Soar; y
le dijo: "Ésta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: "Se
la daré a tu descendencia." Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no
entrarás en ella."
Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como había dicho el Señor. Lo
enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el día de hoy nadie ha
conocido el lugar de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años; no
había perdido vista ni había decaído su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés en la
estepa de Moab treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.
Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había
impuesto las manos; los israelitas le obedecieron e hicieron lo que el Señor había
mandado a Moisés. Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien
el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el
Señor le envió a hacer en Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano
poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.
Salmo 65:
Aclama al Señor, tierra entera; / tocad en honor de su nombre, / cantad himnos a
su gloria. / Decid a Dios: "¡Qué temibles son tus obras!" R.
Venid a ver las obras de Dios, / sus temibles proezas en favor de los hombres. /
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, / haced resonar sus alabanzas. R.
Fieles de Dios, venid a escuchar, / os contaré lo que ha hecho conmigo: / a él gritó
mi boca / y lo ensalzó mi lengua. R.
Mateo 18,15-20:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si tu hermano peca, repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso,
llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de
dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo
que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si
dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi
Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos."
Homilía
Temas de las lecturas: Murió Moisés, como había dicho el Señor, y ya no surgió
otro profeta como él * Bendito sea Dios, que me ha devuelto la vida. * Si te hace
caso, has salvado a tu hermano
1. Grandeza de la reconciliación
1.1 El evangelio de hoy nos invita a meditar en la grandeza y el misterio de la
reconciliación. El Card. Alfonso López Trujillo nos brinda una enseñanza
intitulada "El Cristo Reconciliador", de la que extraemos estos apartes,
conservando sin embargo nuestro modo de numeración:
1.2 En la Segunda Carta a los Corintios escribe S. Pablo: "Todo es de Dios,
el cual nos ha reconciliado consigo mediante Cristo... Ha sido Dios, en
efecto, quien reconcilió al mundo consigo en Cristo... A Aquel que no
conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros.." (Il Cor. 5, 18-19.21) Hay
una clara alusión a la figura del Siervo de Yahveh, inocente, que muere por
los pecados del pueblo para liberarlo (Cfr. Is. 53, 21). Cristo se hace
pecado por nosotros al asumir el efecto del pecado, que es la muerte. Se
opera la liberación en la justificación "para que pudiéramos ser justicia de
Dios en El" (V. 2 1 ).
1.3 Cristo realiza la reconciliación en la Cruz cuando éramos sus enemigos:
"... cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios en virtud de la
muerte de su Hijo" (Rom. 5, 10).
1.4 La reconciliación como pacificación y superación de la enemistad es
presentada también en la Carta a los Efesios: "Ahora en Cristo Jesús,
vosotros, en un tiempo lejano os habéis tornado vecinos, gracias a la
sangre de Cristo. El, en efecto, es nuestra paz, que ha hecho de los dos
pueblos una solo unidad abatiendo el muro divisorio, anulando en su carne
la enemistad" (Efe. 2, 13-14). Se elude a la imagen del muro divisorio que
en el Templo de Herodes dividía físicamente el recinto de los paganos y de
los judíos. Nace una nueva unidad espiritual en el Cuerpo de Cristo que es
la Iglesia. Los dos grupos, antes separados, se convierten en miembros del
Cuerpo del Crucificado.
1.5 Por eso la unidad de la Iglesia toma vida en la confesión de fe del
Cristo reconciliador en el misterio de la Cruz. Así como en la realidad de la
Cruz tiene lugar nuestra liberación, no por mediaciones abstractas, así ha
de ser real y concreta la unidad de la Iglesia, hecha también de Cruz, en la
comunidad cristiana. La unidad de la Iglesia es signo de esta
reconciliación. Comenta H. Urs van Balthasar: "Esta unidad es al mismo
tiempo, en cuanto fundada como don y sacrificio de Cristo, indestructible,
y, en cuanto formada por pecadores, extremamente precaria... La
singularidad-irrepetibilidad de la unidad de Cristo se rompe si en su lugar
penetran potencias unificantes de humana invención que quitan a la
Iglesia o a sus partes la credibilidad" (TeoDrammatica, Vol. 3, pag. 394).
1.6 Cristo es centro de reconciliación universal. Si por el pecado ha habido
la ruptura de la armonía y de la unidad del cosmos por la Cruz se
reencuentra la pacificación universal: "Pues Dios tuvo a bien hacer residir
en El toda la plenitud, y reconciliar con El y para El todas las cosas,
pacificando mediante la sangre de su cruz, lo que hay en el cielo, en la
tierra y en los cielos" (Col. 1, 19, 20).
1.7 Hay una inmensa y notable diferencia entre esta realidad de la
reconciliación y las que proponen habitualmente las ideologías. Estas
arrancan de su peculiar visión antropológica. La fe cristiana nos muestra,
con una concepción del hombre desde la revelación divina, cómo, creado
por Dios, perdida su dignidad de hijo por el pecado, solamente Cristo
puede restituirle tal dignidad, pacificándolo en su propio ser por el perdón
de Dios y restableciendo la armonía truncada con sus hermanos y con la
misma naturaleza. Por eso las palabras del Apóstol son eco vibrante de la
llamada de Cristo: "Os suplicamos en nombre de Cristo: reconciliaos con
Dios" (Il Cor. 5, 20).
2. Sacramento de la Reconciliación y unidad entre los creyentes
2.1 Y el Papa Juan Pablo II nos invita a reconocer el vínculo entre el perdón que
Dios nos da y la capacidad de la Iglesia para reconstruir su propio tejido, que
resulta lastimado y herido por nuestros pecados. Es lo que encontramos en el texto
que sigue, tomado de su catequesis del 22 de septiembre de 1999.
2.2 Queremos hoy profundizar en una dimensión que caracteriza intrínsecamente al
sacramento de la penitencia: la reconciliación. Ese aspecto del sacramento se
presenta como antídoto y medicina con respecto al carácter lacerante propio del
pecado. En efecto, al pecar, el hombre no sólo se aleja de Dios. También siembra
gérmenes de división dentro de sí mismo y en las relaciones con sus hermanos. Por
ello, el movimiento de regreso a Dios implica una reintegración de la unidad dañada
por el pecado.
2.3 La reconciliación es don del Padre. Sólo el puede realizarla. Por eso, representa
ante todo una llamada que viene de lo alto: "En nombre de Cristo, os suplicamos:
reconciliaos con Dios" (2 Co 5, 20). Como Jesús nos explica en la parábola del
Padre misericordioso (cf. Lc 15, 11-32), para él perdonar y reconciliar es una fiesta.
El Padre, en ese pasaje evangélico, como en otros muchos, no sólo ofrece perdón y
reconciliación; también muestra que esos dones son fuente de alegría para todos.
2.4 En el Nuevo Testamento es significativo el vínculo que existe entre la
paternidad divina y la gran alegría del banquete. Se compara el reino de Dios a un
banquete donde el que invita es precisamente el Padre (cf. Mt 8, 11; 22, 4; 26,
29). La culminación de toda la historia salvífica se expresa asimismo con la imagen
del banquete preparado por Dios Padre para las bodas del Cordero (cf. Ap 19, 6-9).
2.5 En Cristo, Cordero sin mancha, entregado por nuestros pecados (cf. 1 P 1, 19;
Ap 5, 6; 12, 11) se concentra la reconciliación que procede del Padre. Jesucristo no
sólo es el reconciliador, sino también la reconciliación. Como enseña san Pablo, el
que hayamos llegado a ser criaturas nuevas, renovadas por el Espíritu, "proviene
de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la
reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no
tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la
palabra de la reconciliación" (2 Co 5, 18-19).
2.6 Precisamente por el misterio de la cruz de nuestro Señor Jesucristo se supera el
drama de la división que existía entre el hombre y Dios. En efecto, con la Pascua, el
misterio de la misericordia infinita del Padre penetra en las raíces más oscuras de la
iniquidad del ser humano. Allí tiene lugar un movimiento de gracia que, si se acoge
libremente, lleva a gustar la dulzura de una plena reconciliación.
2.7 El abismo del dolor y de la renuncia de Cristo se transforma así en una fuente
inagotable de amor compasivo y pacificador. El Redentor abre un camino de vuelta
al Padre que permite experimentar de nuevo la relación filial perdida y confiere al
ser humano las fuerzas necesarias para conservar esta comunión profunda con
Dios.
2.8 Por desgracia, también en la existencia redimida existe la posibilidad de volver
a pecar, y eso exige una continua vigilancia. Además, incluso después del perdón,
quedan las "huellas del pecado" que han de borrarse y combatirse mediante un
programa penitencial de compromiso más intenso por el bien. Ese compromiso
exige, en primer lugar, la reparación de las injusticias, físicas o morales, infligidas a
grupos o personas. La conversión se transforma así en un camino permanente, en
el que el misterio de la reconciliación realizado en el sacramento se presenta como
punto de llegada y punto de partida.
2.9 El encuentro con Cristo que perdona desarrolla en nuestro corazón el
dinamismo de la caridad trinitaria que el ordo paenitentiae describe así: "Por medio
del sacramento de la penitencia el Padre acoge al hijo arrepentido que vuelve a él,
Cristo toma en sus hombros a la oveja perdida para llevarla al redil, y el Espíritu
Santo santifica nuevamente su templo o intensifica en él su presencia. Signo de eso
es la participación, renovada y más fervorosa, en la mesa del Señor, en la gran
alegría del banquete que la Iglesia de Dios convoca para festejar el regreso del hijo
alejado" (n. 6; cf. también nn. 5 y 19).
2.10 El "Rito de la penitencia" expresa en la fórmula de absolución el vínculo que
existe entre el perdón y la paz, que Dios Padre ofrece en la Pascua de su Hijo y "por
el ministerio de la Iglesia" (ib., 46). El sacramento, a la vez que significa y realiza el
don de la reconciliación, pone de relieve que no sólo daña a nuestra relación con
Dios Padre, sino también a la relación con nuestros hermanos. Son dos aspectos de
la reconciliación íntimamente vinculados entre sí. La acción reconciliadora de Cristo
tiene lugar en la Iglesia. Ésta no puede reconciliar por sí misma, sino como
instrumento vivo del perdón de Cristo, en virtud de un mandato preciso del Señor
(cf. Jn 20, 23; Mt 18, 18). Ésta reconciliación en Cristo se realiza de modo
eminente en la celebración del sacramento de la penitencia. Pero todo el ser íntimo
de la Iglesia en su dimensión comunitaria se caracteriza por la apertura
permanente a la reconciliación.
2.11 Es preciso superar cierto individualismo al concebir la reconciliación: toda la
Iglesia contribuye a la conversión de los pecadores, a través de la oración, la
exhortación, la corrección fraterna y el apoyo de la caridad. Sin la reconciliación con
los hermanos la caridad no se hace realidad en la persona. De la misma manera
que el pecado daña el tejido del Cuerpo de Cristo, así también la reconciliación
restablece la solidaridad entre los miembros del pueblo de Dios.
2.12 La práctica penitencial antigua ponía de relieve el aspecto comunitario-eclesial
de la reconciliación, especialmente en el momento final de la absolución por parte
del obispo, con la readmisión plena de los penitentes en la comunidad. La
enseñanza de la Iglesia y la disciplina penitencial promulgada después del concilio
Vaticano II exhortan a redescubrir y a destacar de nuevo la dimensión comunitaria-
eclesial de la reconciliación (cf. Lumen gentium, 11; y también Sacrosanctum
Concilium, 27) sin descuidar la doctrina sobre la necesidad de la confesión
individual.