XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
PRACTICANTES PERO NO CREYENTES
Padre Pedrojosé Ynaraja
Yendo y viniendo por los campos del Señor, se encuentra uno con buenas gentes,
de cualquier edad, pero con frecuencia en mi caso son jóvenes, que dan lo mejor de
su vida al servicio de los demás y de una manera anónima.
Hurga uno y descubre asombrado que dicen que no son practicantes. Su
voluntariado lo ejercen de una manera incógnita, casi oculta, pero declaran que no
quieren pertenecer a ninguna iglesia, ni capillita. Que ninguna falta les hace. El
encuentro que inicialmente produjo estupor, le deja a uno perplejo.
También se topa uno a gente brillante. Dotados de cualidades de comunicación, que
causan admiración y se complacen de ello. Organizadores de proyectos que esperan
realicen otros, sienten la satisfacción de ser famosos. Pero ¿dónde están sus
obras?. Poco a poco va viendo uno que son vulgares cantamañanas. Si consiguen
conservarse, es porque emigran de un lugar o ambiente a otro, conservando la
satisfacción vanidosa de sí mismos. Obtienen galardones, títulos honoríficos, que
exhiben para a asegurar su éxito, que si son inmerecidos, también son inútiles. No
ignoro, y debéis estar prevenidos vosotros de ello, que a veces gente de esta índole
ejercen funciones sagradas en la Iglesia. Saben rodearse de público al que
entusiasman de momento y a los que saben entretener con sus agudas ocurrencias.
Una de las características de estos últimos es que si se les ofrece alguna empresa
no la aceptan a no ser que aparente la talla que ellos creen merecerse. Que
desprecian el piñón del que puede salir un robusto árbol, con el que construir una
casa donde puedan albergar a indigentes, o un barco donde desplazarse
evangelizando a marginados. Prefieren una voluminosa patata. Pero, ya lo sabéis,
de una tal, ni siquiera puede fabricarse un mondadientes. Eso sí, es lo espectacular
que a ellos les gusta.
Y la Iglesia avanza acompañados los fieles, estimulados los tímidos, por pequeños
artesanos del Reino. Uno de los maravillosos ejemplos que estos días ha dado el
Papa Francisco, ha sido el aprecio que ha demostrado al párroco de aquella
comunidad pobre brasileña, que nos han dicho que nosotros mal llamamos favelas.
Estrechó y abrazó al presbítero que allí trabajaba, parecía con su comportamiento,
que se había olvidado de las altas jerarquías que le acompañaban. No llevaba
hábitos coloreados, ni insignias. El buen Papa nos mostró una perfecta imagen de lo
que en el evangelio que proclamamos en la misa de hoy nos enseña el Señor.
Acudir a asambleas multitudinarias, participar en comitivas famosas, llámeselas
marchas o peregrinaciones, participar en conciertos y aplaudir a cantautores
cristianos de fama y hasta conseguir comunicarse con ellos y guardar autógrafos.
Visitar santuarios o comunidades de la última prestigiosa actualidad, desplazarse de
una a otra recordando emocionantes momentos de sublime notoriedad. No hay que
ignorarlo, la mayoría de las veces los gastos corren a costa de los demás, viven a
salto de mata y de gorra.
Nadie les gana a experiencias deslumbrantes, pero con ellas no lograran que se les
abran las puertas eternas. Leí hace muchos años un poema de R. Kipling que no he
podido localizar más tarde. Con humor describe el premio nobel, la situación de un
personaje de esta calaña, que después de muerto, no es admitido ni en el Cielo,
¿Dónde están sus obras buenas?, ni en el Infierno ¿Dónde sus pecados?. Vaga sin
rumbo por los espacios interestelares, aburrido de su triste y mediocre suerte.
Cuando me encuentro a un cristiano sincero practicante, pero no creyente, le digo
que siento admiración por él, pero que lamento que no viva como yo la felicidad de
la Fe, y la confortabilidad que aporta la vida sacramental. A las estructuras de la
Iglesia a veces se les ha desencolado una pata o roto un soporte. Se refugia uno en
ella sintiendo una cierta incomodidad, pero, no lo dudéis, mis queridos jóvenes
lectores, el Señor está por encima de las estructuras, es superior a la autoridad que
algunos tienen por nombramiento, que nos pueden herir. No os oculto que es
terrible pedir a Dios que nos libre de un enemigo personal que nos aflige y
perjudica y que resulta ser un superior jerárquico. Ocurre a veces así, y hablo por
experiencia. Pero con la misma sinceridad os digo, que dentro de la Santa Madre
Iglesia, Esposa Amada de Jesucristo, siendo fiel a sus enseñanzas y testimonio,
goza uno de felicidad inmensa. Presentarse a las puertas del Eterno, sin otra
riqueza que de la de haber ejercido autoridad, es gran indigencia. Haber atendido al
pobre y al enfermo, al injustamente tratado y al hambriento, desconociendo que
con ello imitaba al Señor, causará al que así vive, la sorpresa del encuentro, el
reconocimiento de quien le inspiro y así, cargado de obras buenas y de la
experiencia del descubrimiento, entrar alegremente a la felicidad libre de
estructuras y poderes, porque allí con el Amor es suficiente.