Solemnidad de la Asunción de la B. V. María
Misa de la Vigilia
Lecturas bíblicas :
1 Crónicas 15, 3-4.15-16; 16, 1-2
1 Corintios 15, 54-57
Lc. 11, 27-28
El “Arca de la Alianza”
El arca de la alianza guardaba las tablas en las que la mano de Dios había escrito la Ley. Era para
Israel el símbolo de la Palabra de Dios, la presencia de Dios en medio del pueblo. Fue como un
templo móvil, de campaña, hasta que David y Salomón la introdujeron y entronizaron en el templo
de Jerusalén.
El arca de la alianza, así como el templo antiguo, fueron sustituidos y llevados a la plenitud en el
nuevo testamento por Cristo, Templo de la presencia de Dios, Palabra de Dios que selló la nueva
alianza. ¡Cristo es la nueva y definitiva arca de la alianza entre Dios y la humanidad! Al resucitar,
Cristo fue entronizado y se sentó a la derecha del Padre.
En la tradición de la Iglesia también se llamó “arca de la alianza”, con justicia, a la Bienaventurada
Virgen María, Madre de Dios, Madre de Cristo. En su seno se encarnó la Palabra de Dios, en Ella se
hizo presente, para acompañar al pueblo de la nueva alianza, Jesús el Salvador y Redentor de los
hombres. ᄀMaría, arca de la alianza! Cuando al final de su vida terrena, “para que más se
asemejara a su hijo”, como dice el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 59), fue asumida en
cuerpo y alma a los cielos. En la solemnidad que celebramos hoy, la asunción de María, revivimos
como una nueva edición del momento festivo en que el rey David introdujo en Jerusalén el arca de
la antigua alianza. Y ése es el sentido de la primera lectura (1 Crónicas 15, 3-4.15-16; 16, 1-2) en
esta vigilia. Por la asunción, María entra en el templo de Dios que es el cielo.
Sí, María es el arca de la alianza, y lo fue porque, como dice el evangelio de esta vigilia, en palabras
del mismo Jesús, Ella escuchó, recibió, acogió la Palabra de Dios, a la Palabra hecha carne y a las
palabras que como primera discípula recogió de sus labios, y las puso en práctica.
Dos mujeres intervienen en este breve pasaje que nos relata en evangelista san Lucas (11, 27-28).
Una de esas mujeres habla, la otra permanece callada. La primera felicita a María por haber sido la
que engendró a Jesús. La otra sigue escuchando, en silencio, contemplativa, contemplando,
guardando en su corazón, como cuando escuchaba, guardaba y meditaba las maravillas que los
pastores decían del niño Jesús recién nacido (Lc. 2, 19), o como cuando escuchaba, guardaba y
meditaba los misteriosos acontecimientos que asombraron a los doctores en Jerusalén siendo
Jesús apenas un niño (Lc, 2, 51). Acá, una vez más, ante otros, en este caso esta mujer de la
multitud, que se asombra por las palabras de Jesús, María, callada, escucha, observa, mira, casi
como si no quisiera salir de su bajo perfil o quitar protagonismo a su Hijo, y guarda, medita. ¡Ella
es por antonomasia la que guarda la Palabra de Dios, la discípula, y la lleve a la práctica!
Habrá entonces escuchado, quizás avergonzada, sonrojada, puesta en evidencia en medio de la
multitud que se había juntado allí, lo que dijo la mujer: “ᄀFeliz el vientre que te llevó y los pechos
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que te amamantaron!”, y luego las palabras de Jesús: “Felices más bien los que escuchan la
Palabra de Dios y la practican”.
¿Eran éstas, palabras por las que su hijo querido desmentía la bienaventuranza primeramente
pronunciada por aquella otra mujer anónima que de forma magnífica había incluido a María entre
los que su Hijo llamó “bienaventurados”? (Lc. 6, 20-23).
Ciertamente, Jesús no contradice sino que reafirma la bienaventuranza aplicada a su Madre. No
niega la sangre que lo vincula con su Madre, sino que amplía el concepto de su familia incluyendo
también a muchos hermanos. Por eso había dicho en otra ocasión: “mi Madre y mis hermanos son
aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc., 8,21).
¡Ella es bienaventurada, dichosa, feliz! Ella es dichosa porque Dios ha puesto los ojos en la
pequeñez de su esclava, ella será llamada bienaventurada por todas las generaciones porque en
Ella el Poderoso ha hecho grandes cosas . Así lo había reconocido ella con humildad (Lc. 1, 46-55).
En Ella pensaba Jesús cuando proclamó bienaventurados a los pobres, a los que tienen hambre, a
los que lloran y a los perseguidos a causa de Él, porque estos bienaventurados poseerán el Reino
de Dios, serán saciados, festejarán y recibirán su recompensa.
En Ella, su Madre, asumida en cuerpo y alma a los cielos, pensaba Jesús cuando pronunció el
sermón de las bienaventuranzas (Lc. 6, 20-23). Jesús pensaba en Ella, y Ella había guardado en su
mente y su corazón también aquella predicación sobre las bienaventuranzas, y esas palabras se
habrán hecho presentes cuando otra vez escuchó que Jesús hablaba de dichosos, felices,
bienaventurados…
Lo que vivió María al ser asumida en cuerpo y alma a los cielos fue un anticipo y augurio que
cumplió en Ella lo que Jesús ha prometido a todos sus discípulos, los que escuchan y llevan a la
práctica su palabra, la familia espiritual ampliada (“mi Madre y mis hermanos son aquellos que
oyen la Palabra de Dios y la cumplen”). La asunción de María es la participación única y personal
de María en la resurrección de Cristo, pero de ésta participaremos todos cuando también nosotros
seamos resucitados.
El apóstol san Pablo escribe a los cristianos de Corinto hablándoles de la resurrección de Cristo
como victoria que ya se ha realizado sobre la muerte y el pecado. Un trozo de esa carta
proclamamos hoy como segunda lectura (1 Cor. 15, 54-57). Citando textos del antiguo testamento,
afirma el apóstol que las profecías de la victoria sobre la muerte se cumplieron con la resurrección
de Cristo. En las expresiones de la carta, san Pablo no se refiere a la victoria del Señor sobre la
muerte biológica sino a la victoria sobre la muerte espiritual causada por el pecado de todos los
hombres. Acá la muerte y su aguijón están asociados al pecado. Y se afirma rotundamente que
Cristo ya ha vencido a esos enemigos.
Primicia de esta victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, de la que un día participaremos
todos, es la asunción de María al cielo.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
14 de agosto de 2013
iglesia parroquial Sagrado Corazón de Jesús
Paraná, Argentina
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