Comentario al evangelio del Jueves 15 de Agosto del 2013
Queridos amigos y amigas:
No sé cuántos pueblos y ciudades celebran hoy su fiesta patronal. En la mitad de este mes caluroso y
vacacional, la fiesta de la Asunción de la Virgen María marca un hito lleno de evocaciones. La liturgia
se empeña en proponernos el dogma de la Asunción, pero tengo la impresión de que el sentir popular
se dirige directamente a la figura de la Madre, sin detenerse mucho en el significado y en las
implicaciones de este dogma. Lo siento por los predicadores que se afanan por reconducir la nave a
buen puerto.
En muchos lugares de España, a esta fiesta se la denomina, sin más, “la Virgen de Agosto”. Lo más
frecuente es servirse de las múltiples advocaciones que se dan cita un día como hoy.
Lo mejor que se puede decir hoy está contenido en el evangelio. Este canto de María, el Magnificat, es
como su testamento: lo que Ella nos diría como compendio de su experiencia de Dios y del hombre.
No tiene desperdicio:
Dios es, sobre todo, fuente de alegría y de salvación: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
Dios es amor sin límites: Su misericordia se derrama de generación en generación.
Dios da un vuelco a nuestro mundo organizado injustamente de más a menos: Derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes.
Así, y más, es el Dios de María. ¿Y el nuestro? Feliz fiesta a todos.
CR