Un ciego lloraba un día, porque un espejo quería
Domingo 21 ordinario 2013 25 de agosto C
Me he puesto a pensar qué título podrían portar los católicos en su propia
pancarta en medio de una multitud: “soy cristiano porque mis papás me lo
impusieron”, “soy cristiano porque fui bautizado de chiquito”, “mis papás se
empeñaron en darme lo que ellos pensaron que era lo más importante para mí”,
“yo he escogido el camino de Cristo, aunque no sea el más fácil de seguir”. Pero
también me he puesto a pensar cómo podremos llamarnos cristianos y seguidores
de Cristo con actitudes como las siguientes: “el comerciante que se persigna con la
primera moneda o el primer billete que recibe en su negocio, pero luego no tiene
empacho en no dar los kilos completos o los litros correctos, trátese de leche, de
jugo de naranja o de gasolina”, “ un creyente que se persigna al subirse al coche y
luego se pasa los altos o no respeta los límites de velocidad, o le mienta la madre al
agente de tránsito porque lo ha multado porque además no traía puesto el cinturón
de seguridad”, “un médico que tiene un crucifijo en su consultorio, que pide análisis
costosos a su paciente, y luego decreta operación quirúrgica, innecesaria a
sabiendas, porque necesita a toda costa estrenar coche”, “la dama se sociedad que
va a la reunión de caridad, donde hacen esfuerzos por conseguir financiamiento,
llevando una finísima cruz de oro colgada al cuello”, finalmente, “un alumno de
secundaria que se propuso desde el principio del curso ser el mejor amigo del
maestro, y por eso lo acompañaba todos los días desde su llegada, hasta dejarlo
poniendo su portafolio en el escritorio, y lo acompañaba también hasta dejarlo en el
coche, además, era amigo de la bibliotecaria, e incluso del director de los
laboratorios de química, pero lo que no hacía Fortunato, era hacerse amigo de los
libros y del estudio, de los momentos de silencio y de las tareas en casa. El
resultado fue que al momento del examen, el maestro que era sumamente leal,
respetuoso y justo, a pesar de la amistad del alumno, tuvo que poner calificación
negativa”.
Todos estos casos van encaminados a intentar explicar lo que es tan claro en las
palabras de Cristo cuando le preguntaron sobre el número de los que consiguen la
salvación. Una pregunta que tenía su importancia teórica, porque los rabinos decían
que los únicos hombres que conseguían la salvación eran los judíos y que salvo
casos verdaderamente excepcionales, todos los judíos conseguían ser salvados,
simple y sencillamente por ser del pueblo elegido y por ser descendientes de
Abraham. Y parecería que los católicos estamos llamados a pensar de una manera
semejante. Sólo los católicos se salvan. ¿Y qué respondió Cristo? Como en otras
ocasiones, no responde directamente sino que hace pensar a sus oyentes. No le
interesa la curiosidad teórica sino que lleva a sus oyentes a preguntarse con
sabiduría sobre el cómo de la salvación, no cuántos consiguen la salvación, sino
cómo hacer para entrar en el mundo de los salvados. Y en este sentido, sí señala
Cristo que para entrar entonces en el banquete, así era considerado el reino de los
cielos, es necesario entrar por la puerta estrecha, o sea que hay necesidad de un
esfuerzo, de una actitud, de un compromiso, de un camino y de una perseverancia,
considerando que al fin y al cabo, el que cerrará o abrirá la puerta será el Señor,
ante la actitud de cada creyente, y no tanto por ser de un color o de otro, de una
condición social o de otra, de una fe o de otra, sino en la fe del único Hijo de Dios,
Jesucristo.
La palabra de Cristo se mueve entonces entre los dos extremos o entre las dos
caras de la moneda, por una parte no quiere espantar a los malos pensando que
serán condenados como uno achicharra a las hormigas cuando les arrimas un tizón
ardiente, pues cada uno es responsable de su propio destino, y si llega el verdadero
arrepentimiento, llega también la salvación. Pero el otro extremo, será cuando se
pretende vivir en la tranquilidad y en la disipación simplemente, sin hacer ningún
esfuerzo, simplemente por ser creyente, pertenecer al grupo de la renovación en la
parroquia, traer un escapulario al cuello, la medalla milagrosa y además la de San
Benito. Se necesita algo más que eso, si hemos de escuchar y de seguir a Cristo:
“Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, que es angosta, pues yo les aseguro
que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante
de la mesa y cierra la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar a la
puerta diciendo: “Señor, ábrenos”, pero él les responderá: “no sé quiénes son
ustedes”
Está dicho, pues, que tenemos todos los medios de salvación a nuestro alcance y
terminamos con la palabra esperanzadora de Isaías: “yo vendré para reunir a todas
las naciones de toda lengua, vendrán y verán mi gloria”. Es Jesucristo y la gloria y
la paz del Buen Padre Dios que nos llama a su presencia.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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