XX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Jc. 2, 11-19: El Señor hacía surgir jueces, pero no les hacían caso.
b.- Mt. 19, 16-22: El joven rico. Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes.
Este evangelio, toca un tema fundamental para los judíos del tiempo de Jesús, la
vida eterna; también para los que acogen la salvación hoy, puesto que debemos
plantearnos el tema de la santidad cristiana. ¿Qué se entendía por ello, en la Ley
de Moisés, y ahora, en la nueva economía de la salvación o evangelio de la gracia?
La inquietud del joven, parece que estuviera de más, en alguien, que confiesa
haber hecho todo para alcanzar la perfección, o sea, la salvación. El hombre
pregunta por el fin perseguido por ese seguimiento, que es la vida eterna. Conoce
el fin, pero pregunta, por el camino que debe conducir a algo bueno, la bondad de
desearlo, y el don de la vida eterna regalada por Dios en el cielo, se unen para
este único fin. Sabe, por otra parte, que debe hacer algo, no se consigue el don de
Dios, sin esfuerzo del hombre o colaboración. A diferencia de Marcos, Mateo
plantea el tema de lo bueno en forma objetiva, a nivel personal. “Uno solo es
Bueno” (v.17), es decir, es el dechado de todo lo bueno que existe. Jesús entiende
que cuando le pregunta por lo bueno, le está preguntando por Dios. Sólo por Dios,
se mide la bondad de lo que el hombre pueda conocer y anhelar, las cosas que se
ven participan en el bien absoluto, es decir, en el mismo Dios. Sigue la primera
parte de la respuesta de Jesús, que se centra en los mandamientos (vv. 16-20).
Jesús se centra en los que se refieren al hombre, y su servicio, y no menciona los
que se refieren a Dios, con lo que se señala que hay que hacer lo bueno que se
relaciona con el hombre para alcanzar la vida eterna. El joven todo eso lo había
cumplido, es decir, que según la mentalidad judía dominante ese hombre era un
hombre justo. Entonces, para qué pregunta: ¿qué le falta? Lo más seguro es
pensar que se trata de un hombre generoso, puesto creía que podía hacer algo
más. Quizás el joven, esperaba una novedad de parte de Jesús, porque sus
palabras, y persona, despertaban esa apariencia nueva de presentar la fe. La
primera respuesta, era la tradicional, el joven quería algo extraordinario. Jesús le
propone ser perfecto, lo mismo a todos, los que quieran ser sus discípulos, porque
la finalidad, es igual para todos, alcanzar la vida eterna (v. 21). Todos deben ser
perfectos como su Padre Celestial es perfecto (Mt. 5, 48). Todo un programa de
santidad, exigente, para un alma, hasta ahora generosa: hacer la voluntad de
Dios, manifestada en los mandamientos, ser pobre de espíritu o sea afectivamente
y efectivamente, es decir, ser pobre voluntariamente, y entonces seguirle. Vender
lo que tiene, el producto de la venta dárselo a los pobres. Es toda una llamada
personal a este joven que posee muchos bienes, su corazón está dividido, aunque
haya cumplido los mandamientos, su corazón está pendiente de ellos. Por eso, no
es perfecto, ama lo que posee, su corazón no está indiviso ante Dios. Todavía no
sabe que no puede servir a Dios y al dinero, ni tampoco distingue entre el tesoro
que corroe la polilla, y el tesoro que es Dios en el cielo (cfr. Mt. 6,19-21.24). Su
tesoro en la tierra, puede ser su tesoro en el cielo; esa es la invitación que le hace
Jesús. Si reflexiona y obedece demostrará que efectivamente le interesa servir a
Dios y alcanzar la vida eterna. La perfección consistirá, en ser libres para servir a
Dios, pero eso se conseguirá sólo en el seguimiento de Cristo. Sólo cuando el
hombre ha hecho todo para ser libre, entonces, puede emprender el camino para
seguir a Cristo. Hoy en la Iglesia, vemos que hay hombres y mujeres, llamadas a
la vida religiosa, que renuncian a todo por el Reino de Dios, otros sin embargo, sin
esta renuncia radical, optan por no poner su confianza o entregar su corazón al
dinero, no acumular riquezas, sino compartir con los más pobres. Así y todo, hay
un compromiso eclesial de luchar contra la pobreza social, de todos los cristianos,
está el deseo por compartir los bienes, es decir, comenzar a vivir la pobreza
evangélica.
Teresa de Jesús sabe lo que significa emprender el camino de la santidad. “Si el
que comienza se esfuerza con el favor de Dios a llegar a la cumbre de perfección,
creo que jamás va sólo al cielo, siempre lleva mucha gente tras de sí”. (V 11,4).