XX Domingo del Tiempo Ordinario/C
No he venido traer la paz, sino la división
En el evangelio de este domingo hay una expresión de Jesús que siempre atrae
nuestra atención y hace falta comprenderla bien. “No he venido a traer la paz, sino
la división”. Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe
que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo,
“es nuestra paz” ( Ef 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la
enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se
explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice -
según la redacción de san Lucas- que ha venido a traer la ‘divisi￳n’, o -según la
redacción de san Mateo- la “espada”? ( Mt 10, 34).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de
simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha
constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra
hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra
Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien,
debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en
favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin
buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas
familias. En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para
vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo.
De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en
“instrumentos de su paz”, según la célebre expresi￳n de san Francisco de Asís. No
de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en
el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21) y pagando
personalmente el precio que esto implica.
La Paz de Jesús no es como la del mundo. La paz que nos ofrece el mundo es una
paz ficticia, incompleta, equívoca, enga￱osa… Porque en el mundo las cosas no son
como las de Dios. En el mundo la paz puede ser un balance entre violencias
opuestas. En el mundo la paz puede ser una serenidad aparente y engañosa. En el
mundo la paz puede ser la ley del más fuerte.
La Paz que Cristo nos vino a traer es muy distinta a la del mundo. Muy distinta.
Cristo vino a traer la salvación. Y la salvación puede trastornar la paz según el
mundo, porque hay unos que buscan a Cristo y su causa -la salvación de la
humanidad-, y hay otros que no. He allí la división a la cual se refiere Jesús en
este Evangelio: los que están con El y su causa, y los que no están con El y con su
causa.
El que se divide es aquél que no sigue a Cristo. De allí que el seguidor de Cristo se
siente apartado de los que no lo están siguiendo. Y pueden ser amigos, parientes o
de la propia familia. Y esa división significa que alguno o algunos están haciendo lo
que hay que hacer, pues le están siguiendo a Él, Camino, Verdad y Vida.
Toda división trae sufrimiento y ese sufrimiento purifica a quien pretende seguir a
Cristo y ve que los suyos no hacen lo mismo. Sufre porque los suyos no están en el
Camino que es Cristo. Sufre porque no puede compartir con ellos la Verdad que es
Cristo. Sufre porque los suyos no viven la Vida que es Cristo.
De allí que el Señor nos diga antes de hablarnos de esta dolorosa división, en el
comienzo del Evangelio de hoy: “Vine a traer fuego a la tierra. Y cómo quisiera que
estuviera ya ardiendo” (Lc. 12, 49). Es el fuego purificador de su Palabra. Es el
fuego purificador de la acción del Espíritu Santo en el mundo y en cada uno de
nosotros. Es el fuego purificador del sufrimiento, cualquiera que sea, pero muy
especialmente del causado por seguirlo a Él.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de
su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos.
Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de
la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)