Comentario al evangelio del Miércoles 21 de Agosto del 2013
Muchos de nosotros nos hemos preguntado más de una vez cuál será ese pecado contra el Espíritu
Santo al que Jesús se refirió con tanta dureza. Sería un insensato si afirmara que sé claramente a qué se
quiso referir el Señor, pero el evangelio de hoy despierta en mí desde hace años una reflexión.
Jesús nos dice una vez más que para Dios nada hay imposible: el Señor lo puede todo. Y nosotros
seguimos empeñados en que hay muchas situaciones personales, comunitarias, sociales, ante las que no
hay nada que hacer. ¿Cómo que nada? Nosotros no podremos hacer nada. Pero, ¿y la Gracia?
Con excesiva frecuencia los creyentes hablamos de personas que “no tienen arreglo”, de situaciones en
las que no merece la pena pelear… Hoy el Evangelio vuelve a recordarnos lo contrario: Dios lo puede
todo. Dejemos que su Espíritu entre de verdad en esas realidades; quitemos obstáculos a su acción. No
acusemos de ineficacia a las mediaciones que el Señor nos propone si no las hemos experimentado del
todo.
Somos demasiados los que nos apuntamos al lamento de Gedeón: nos sentimos los más pequeños de la
tribu de nuestros padres, a la que además consideramos la menos digna de todas. ¡Puede que sea
verdad, pero para el Señor todo sigue siendo posible!
Miércoles, 21 de agosto
La Palabra sigue siendo provocadora. Hoy se nos coloca ante otro de esos textos evangélicos
incómodos para quienes tendemos a sentirnos suficientemente buenos. No olvidemos que Jesús habló
más de una vez para aquellos que “teniéndose por justos despreciaban a los demás” (Lc 18, 9). El texto
de hoy puede recoger otro de esos momentos.
Pasa en muchas de nuestras familias. Los que creemos estar en posesión de la verdad y haber cumplido
siempre como buenos hijos (también sobre esto hay alguna parábola evangélica) no entendemos que
nuestros padres y nuestros abuelos traten a algunas personas “como si nunca hubiera pasado nada”. No
es extraño que quienes han sido directamente ofendidos o sí merecerían una disculpa callen mientras
otros levantamos la voz: “pero con lo que ha/han hecho”, “pero sin pedir perdón”, “¡pero cómo tienen
tanta cara!”…
Sin embargo, la madre y el abuelo, como el empresario de la parábola, sin dejar de darnos a cada uno
lo prometido, deciden ser singularmente generosos con “esos”. Demasiadas conversaciones entre
cristianos recuerdan a aquella pregunta de Pedro: ¿y éste qué? (Jn 21, 21).
Y en ambos casos, en el del texto joánico y en el de hoy, la respuesta suena parecido: ¿y si Yo quiero
hacer las cosas de esta manera qué pasa?, ¿o es que te molesta que Yo sea bueno?
¡Y nosotros seguimos empeñados en enseñar al Señor cómo ha de tratar a cada uno de sus hijos!
Pedro Belderrain, cmf