HOMILÉTICA
CICLO C
DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Señor ¿serán pocos los que se salven?, preguntan a Jesús en el Evangelio
de hoy. Una pregunta que también debemos hacernos personalmente:
Señor, ¿me salvaré yo?
Para salvarse hay que entrar por la puerta estrecha , responde Jesús. Y es
que la vida cristiana requiere esfuerzo constante. Una vida honrada y en
paz (segunda lectura). Es mucho más que lo material y sensible ( hemos
comido y bebido contigo ). El Señor no nos reconocerá ni nos sentará a la
mesa en el Reino de Dios por haber rezado mucho (“no todo el que me dice
Se￱or, Se￱or entrará en el Reino de los cielos”) o por haber profetizado,
echado demonios o haber hecho milagros en su nombre, sino por “cumplir
la voluntad de mi Padre” (Mt 7, 21). Termina el Evangelio con estas
palabras: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” .
A la eterna comunión del banquete en el Reino Dios están llamados
hombres y mujeres de los cuatro puntos cardinales (Evangelio), del mundo
entero (salmo responsorial), de todas las naciones, de toda lengua (primera
lectura). “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).
¿Qué es la salvación? El Papa Benedicto XVI, en el Encuentro Ecuménico,
celebrado en Praga el día 27 de septiembre de 2009, decía que “el término
"salvación" encierra muchos significados, pero expresa algo fundamental y
universal del anhelo humano de felicidad y plenitud. Alude al deseo ardiente
de reconciliación y comunión que brota espontáneamente en lo más
profundo del espíritu humano. Es –añadía - la verdad central del Evangelio
y el objetivo hacia el que se dirige todo esfuerzo de evangelización y de
solicitud pastoral”. El ser humano encuentra sólo en Dios su plenitud y su
realización. Lo reconoce el mismo San Agustín en sus Confesiones: "Nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse
en ti" (I, 1, 1).
Dios verdadero, se hace hombre verdadero para que el hombre pueda
“compartir la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el
hombre la condici￳n humana” (Colecta de la Natividad del Se￱or). Para que
superemos todas las limitaciones del ser humano, hecho de barro, y
participemos de la bondad, la felicidad, la gloria, la vida de Dios, que son
eternas, infinitas en su duración y en su intensidad.
Esta salvación no es cosa del último momento. En esperanza estamos
salvados (Rom 8, 24). Unidos a Cristo por el bautismo y la fe, que obra por
el amor, de Él recibimos ya ahora la savia, la gracia, la vida de Dios; se nos
transfunde el ser filial de Cristo. Somos ya hijos de Dios en el Hijo único de
Dios. De “un pueblo de hijos” reza la Colecta de hoy. Y la segunda lectura
proclama que el Señor nos trata como a sus hijos preferidos.
Hemos de esforzarnos constantemente por vivir en comunión existencial
con Cristo, autor y guía de nuestra salvación. Él es la Puerta. “Yo soy el
camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre sino por mi” (Aleluya).
Tenemos que asemejarnos a Jesús en su ser y en su obrar. Esta comunión
con Jesús se manifiesta en la vida: Al final seremos juzgados por el amor.
Esta comunión será eterna, si en el último momento estamos en comunión
de fe y de amor con Cristo. Pero si libremente rechazamos esta comunión,
es el infierno ( el llanto y el rechinar de dientes ). A ningún hombre, a
ninguna mujer, le echan fuera del banquete de eterna comunión en el Reino
de los cielos. Se autoexcluye voluntariamente del amor de Dios.
MARIANO ESTEBAN CARO