XXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- 1Tes. 1,1-10: Abandonasteis los ídolos para servir a Dios.
b.- Mt. 23, 13-22: ¡Ay de vosotros, guías ciegos!
Nos encontramos con la primera de las maldiciones o imprecaciones de Jesús
contra los escribas y fariseos, a los que denomina hipócritas, puesto que se habían
constituido en un obstáculo para la fe (v.13). El Reino de Dios aparece con la
persona de Jesús de Nazaret, pero fue rechazado por los dirigentes judíos de la
religión, pero éstos no se contentaron con rechazar a Jesús, sino también
perseguir, a los que creyeron en ÉL. El amplio conocimiento que tenían de las
Escrituras, debió llevarlos a descubrir en Jesús, al Mesías esperado. Cristo Jesús, se
definió como la puerta y el camino hacia el reino de Dios (cfr. Jn. 10,7; 14,6), sin
embargo, ellos promulgaron un decreto de expulsión de la sinagoga a todos los que
creyeran en Jesús, es decir, no dejaron que otros alcanzaran la salvación. Esto
ocurrió en tiempos de Mateo, cuando escribe su evangelio. Una segunda
imprecación, se refiere al proselitismo judío, que pretendía un reino universal de
Yahvé (v.15). Jesús condena a los prosélitos como hijos de condenación, porque
estos paganos convertidos al judaísmo, eran más fanáticos que los propios judíos.
Su soberbia y autoafirmación, provenía de la justicia que venía de la Ley (cfr. Fil.
3,6), lo que cerraba el camino a la novedad del reino de Dios. Es posible que estos
prosélitos, sean los enemigos que encontrará Pablo en sus correrías apostólicas.
Una última recriminación de Cristo a los fariseos se refiere al juramento, donde se
pone a Dios como testigo de las acciones humanas (v.16). Ni las ofrendas de
animales, ni el oro, limitan la acción de Dios ni pueden obligarle al capricho
humano. Dios es el Señor del templo y del altar, simbolizan su presencia; templo y
altar son más que las todas las ofrendas, cuyo valor viene precisamente del templo
y del altar habitado por Dios. La gran hipocresía de nuestro tiempo es el divorcio
entre fe y vida, denunciada por el Concilio Vaticano II (GS 19,3). Muchos cristianos
viven un cristianismo formal, pero que no toca la vida, convirtiéndose en personas
que honran a Dios con los labios, apegados al pasado, sin mirar los signos de los
tiempos. Desfiguran el rostro de Dios ante el mundo, no son capaces de dar razón
de su fe hoy. La fe es dinámica y se encarna en la realidad que nos toca vivir y ahí
es donde es luz, que alumbra las mentes y los corazones de los que están lejos de
Dios. Fe y acción, oración y trabajo, unión con Dios y servicio al prójimo. No
desfiguraremos el rostro de Dios, si continuamente contemplamos la faz de Cristo
Jesús.
Teresa de Jesús, desde pequeña buscó la verdad hasta que la encontró, como
cristiana y religiosa carmelita, en Cristo Jesús. “Era el Señor servido me quedase en
esta niñez impreso el camino de la verdad” (V 1,5).