XXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Lecturas bíblicas
a.- 1Tes. 2,1-8: Deseábamos entregaros hasta la propia vida.
b.- Mt. 23, 23-26: Pagar el diezmo y las purificaciones.
El evangelio nos presenta otras dos maldiciones de Jesús a los escribas y fariseos
acerca del pago del diezmo y las purificaciones. La Ley mandaba pagar el diezmo
de los frutos de la tierra, el trigo, el vino y el aceite, para que el hombre aprendiera
a agradecer a Dios, como dador de la vida, de la fecundidad y sobre todo de la
fertilidad (v. 23; cfr. Deut.14, 22-23). Sin embargo, los fariseos habían extendido
este precepto a todos los productos, incluso, a los condimentos de las comidas, el
anís, la menta y el comino. Jesús condena esta actitud, porque llevaba a olvidar lo
más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad a Dios. Mateo,
deja claro que lo más importante, es el amor a Dios y al prójimo, de ahí derivan la
justicia, que procede de Dios, y se refleja en la conducta del hombre, la
misericordia, es decir, amor de Dios con el prójimo necesitado que el hombre de fe,
hace práctico en él (Mt. 5,7; 6, 14-15; 18, 33), fidelidad, atributo de Dios en el AT,
que no cambia su modo de actuar, que podía cambiar debido a las infidelidades de
Israel, así el creyente. Jesús, vino a darle a la ley su sentido y plenitud; dejó de
lado la interpretación farisaica. El Sermón de la Montaña señala esa justicia
superior de los discípulos de Jesús, por sobre la de escribas y fariseos (cfr. Mt. 5,
20). Las prescripciones sobre la limpieza de los vasos sagrados utilizados en el
culto, los fariseos la habían extendido a los utensilios de uso doméstico (v.25). Esto
le sirve a Jesús para hacer una reflexión la pureza del corazón del hombre que
cree; primero será purificar lo interior, Luego viene la pureza exterior como
consecuencia de aquella. Será la palabra de Dios la que purifique el corazón y la
respuesta dada a esa palabra como obediencia de fe (cfr. Jn. 15, 3; Rm. 1, 5). Todo
es puro, si sale de un corazón limpio, pero se puede volver impuro, cuando se cae
en el ritualismo vacío, el mercantilismo hipócrita ante Dios, de aquellos que
imponen prácticas marginales, por sobre la ley esencial de amar a Dios y al
prójimo.
Teresa de Jesús, descubre en la oración el espacio donde el Señor le descubre
tesoros de fe y humanismo, es decir, encarnar la verdad del evangelio en la vida
del orante y contemplativo. “Bienaventurada alma, que le trae el Señor a entender
verdades” (V 21,1).