Ciclo C: XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
¿Me salvaré yo?, es el interrogante que va implícito en la pregunta que aquel
hombre del evangelio le hizo a Jesús (Lc 13,22-30). ¿Nos salvaremos nosotros?, es
la tremenda pregunta, existencial y escatológica, que alguna vez nos habremos
hecho y le habremos hecho al Señor. Porque si se salvan muchos, es posible que yo
esté entre ellos, pero si se salvan pocos… Prudentemente Jesús no quiso responder
la pregunta diciendo que son muchos o que son pocos. Hombre práctico y
conocedor del corazón humano, prefirió decirnos qué tenemos que hacer para
salvarnos. Por eso, su respuesta es una invitación a poner cuanto esté de nuestra
parte para salvarnos. Y una advertencia a no creer a la ligera que vamos a
salvarnos porque hemos rezado a Dios, hemos escuchado su palabra y hemos
comido y bebido con Él (la eucaristía). Podría pasarnos lo que a los judíos, que, por
ser los primeros depositarios de la Alianza, se creían seguros y salvados. “Miren,
dice el Se￱or: los primeros serán últimos, y los últimos serán primeros”. (Lc 13,30).
Jesús les pudo haber dicho que la voluntad de su Padre, su designio y decisión, es
que todos se salven (Jn 6, 39-40). Que el Padre Dios lo había enviado a Él para la
salvación del mundo (Jn 3,17) y que haciendo honor a su nombre de Jesús (=
salvador (Mt 1,21), habría de dar su vida por nosotros para salvarnos (Rom 5, 8-
11). Les pudo haber dicho también que la condición para salvarse es tener fe en Él
(Jn 3, 18; 6, 40). Que la esperanza conlleva la salvaci￳n (Rom 8,24. El famoso “spe
salvi” de S. Pablo, al que Benedicto XVI dedica su Carta Encíclica sobre la
esperanza cristiana.(¿La han leído o al menos la tienen en casa?. Y que la caridad,
el hacer obras de caridad con los pobres y necesitados, lleva a la salvación (Mt 25,
46). Pero no, lo que Jesús les dijo (y nos dice) es que nos esforcemos por entrar (al
Reino de Dios) por la puerta estrecha (Lc 13,24)
Mateo (7, 13-14) nos habla de dos caminos y dos puertas, y comenta: ¡qué
angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación, y qué
pocos son los que los encuentran! La salvación, siendo puro don de Dios, exige
nuestra colaboración, que es lo que Jesús llama entrar por la puerta estrecha. Es
decir, hay que colaborar haciendo todas aquellas cosas que conducen a la salvación
y hasta la anticipan: practicar la justicia, construir y vivir la paz, amar y ayudar al
prójimo, etc. Haciendo todas esas cosas no sólo nos preparamos para la salvación
sino que vamos haciendo que nuestra historia sea Historia de Salvación. Hay que
esforzarse como si todo dependiese de nosotros y hay que confiar en la gracia de
Dios como si todo dependiese de Él, lo que es la pura verdad (Ef 2, 8-9). Al
respecto, es famosa y acertada la frase de San Agustín: quien te hizo sin contar
contigo, no puede salvarte sin ti.
Para el evangelista Juan, la puerta angosta por la que hay que entrar para salvarse
es Jesús el Buen Pastor: “Yo soy la puerta, dice Jesús, el que entre por mí estará a
salvo…” (Jn (10, 9). Ahora bien, entrar por Jesús es creer en Él, dejarse seducir por
Él, hacerlo el centro de nuestras vidas, cumplir sus enseñanzas, arriesgarlo y
dejarlo todo por Él, darlo a conocer… Es seguirle y hacer nuestra su causa… hasta
dar la vida por los hermanos, como lo hizo Jesús (Jn 10,15; 17, 19).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)