DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
4 de agosto de 2013
Ecl 1,2; 2,21-23 / Col 3,1-5.9-11 / Lc 12,13-21
Queridos hermanos y hermanas,
1. La parábola que Jesús nos acaba de explicar tiene exactamente el aire de una
profecía a veinte siglos vista para describirnos el momento actual de la sociedad. Hace
años que hablamos de crisis y de una manera u otra la padecemos. Y cuanto más
tiempo dura, más vemos que, en su origen y en sus consecuencias, no es tanto una
mera crisis económica como una crisis global de valores. La burbuja se ha ido inflando
e inflando y ha llegado el momento en que ha reventado. “tienes bienes acumulados
para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida". Pero Dios dice: "¡Necio!".
Y de debajo de las piedras van saliendo, como sapos, signos y pruebas de mentira y
de corrupción. Es el imperio del dinero. "Aunque uno ande sobrado, su vida no
depende de sus bienes". Los gritos de las víctimas muestran que el sistema
económico que ha dominado el mundo durante las últimas décadas ha generado más
y más sufrimiento. Las consecuencias ya las conocemos: desprestigio de la política y
de los políticos, florecimiento de mesianismos antisistema, irresponsabilidad
profesional, generaciones que crecen sin haber conocido lo que es ganarse el pan con
el trabajo, gente que literalmente muere de hambre. En una palabra y como primer
punto de reflexión, el mandato de Jesús: "guardaos de toda clase de codicia".
2. Entramos en un segundo aspecto. Hagámoslo recordando lo que pedía la Iglesia la
semana pasada y que hemos ido repitiendo estos días en la liturgia: que de tal modo
nos sirvamos de los bienes pasajeros, que podamos adherirnos a los eternos". De
bien eterno, propiamente, sólo hay uno, que es Dios. Por ello resulta interesante que
hoy la carta de San Pablo que nos invita a hacer morir las cosas que nos atan a la
tierra, mencione "la avaricia, que es una idolatría". Esta consecuencia práctica la
presenta como proveniente de la dignidad misma de la vida cristiana: la participación
en la muerte y en la resurrección de Cristo, nuestro destino a aparecer con Cristo en
gloria. Aquí vendría a cuento la recomendación de san León Magno de reconocer
nuestra dignidad cristiana.
3. Y, en tercer lugar, el libro del Eclesiastés, tan singular en la Biblia, no nos situaba de
ninguna manera en un indiferentismo irresponsable ante la realidad. La vanidad de las
vanidades, el "todo es vaciedad", en tanto que palabra de Dios, debemos situarlo en el
uso correcto de nuestro vivir en el mundo y de usar los bienes temporales. A fin Jesús,
que si no deja de decir "No podéis servir a Dios y al dinero", es el mismo que nos
enseñaba a entrar en la vida eterna a través del buen uso de lo que él llamaba "dinero
engañoso" y le daba el nombre de "Mamón", el ídolo que personificaba la riqueza. En
este sentido, la liturgia nos invita a dar un paso más, cuando, en el salmo que
contrapone la vida efímera del hombre y la eternidad de Dios, desgranaba aquella
oración que da sentido a la vida del creyente: " Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato". Aquí está el secreto: aspirar, por los
méritos de la pasión y la resurrección de Cristo, el juicio que viene del fondo del
corazón.
El de hoy, pues, es un domingo que nos da tres puntos para reflexionar y poner en
práctica. Nos los da en forma de dos recomendaciones y una oración: "Guardaos de
toda clase de codicia", "Cristiano, reconoce de tu dignidad". "Enséñanos a adquirir la
sabiduría del corazón". Que así sea.