XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pautas para la homilía
La humildad nos reúne en la misericordia de Dios
El proceder con humildad tiene como consecuencia un aprecio mayor que el que
recibe el hombre generoso. Es valorada en nuestra sociedad la generosidad, el
altruismo, el desprendimiento, porque de alguna manera nos ha beneficiado en
algún sentido, y alguien nos ha mostrado cómo liberarse de las cosas que nos atan,
o esclavizan nuestra libertad, aferrados con el aprecio a las cosas que nos rodean.
En el caso de la humildad, nos hace mostrarnos liberados del poder, de la
grandeza, del éxito, de la vanagloria, del narcisismo, de la alabanza, del orgullo, de
la verdad cosificada. La humildad nos ayuda a conocer, a comprender y a proceder
desde nuestras limitaciones y debilidades. Para ello, hay que tener un coraje
continuo y continuado, para ver la gracia que se recibe desde la humildad; ya que,
tales limitaciones y debilidades, serán el arma de los cínicos y vengativos. Por eso,
nos advierte también la lectura del Eclesiástico que no nos demos mucha prisa en
curar la herida del cínico, ya que no tiene cura, se ha dejado envenenar
interiormente, y su corazón siempre estará dispuesto y preparado para hacer daño.
Es preferible poner el oído atento a la sabiduría que nos ofrecen los sabios, porque
nos alegrará el corazón.
Acercarse al Dios vivo
Definir y reconocer a qué imagen de Dios me he acercado resulta cada vez más
necesario en estos tiempos. ¿Es una imagen que nubla mi capacidad para reconocer
su amor, sus gestos, la luz que nos ofrece, la gloria, la mediación por medio de
Jesús?
Se hace necesario reconocer la imagen que tengo de Dios, con un espíritu crítico. A
qué clase de Dios me he adherido, a qué modo de ser de Dios me he aferrado. ¿Me
he aferrado sin conocerlo previamente, y sólo he vivido desde un sentimiento?
He de reconocer que al Dios al que adhiero mi libertad, mi corazón, y mi
entendimiento es un Dios vivo, alejado de los nubarrones, de las tormentas, de los
estruendos, y de algo molesto de lo que nos alejamos. Hemos de buscar adherirme
a una imagen de Dios que me otorga la vida, y la alegría de vivir. Y esa imagen de
Dios, identificarla con Jesús, el mediador entre lo que oscurece mi vida y lo que
llena de luz mi existencia.
Dichoso tú, porque no pueden pagarte
Cuando uno procede con bondad y generosidad no espera una recompensa, no vive
sus gestos realizados como un acto de heroicidad, ni espera las loas de los héroes.
Al contrario, comprende que es su convicción, su fe, el amor al prójimo, lo que le
ha hecho moverse en esa dirección.
Por eso, es importante saber ponerse en el último puesto, como si no fueras tú a
quien se le espera. El proceder con humildad hará despertar una invitación mayor
hacia lugares más cercanos e importantes para ellos.
Si eres tú quien invitas a la alegría, a la fiesta, invita a todos aquellos que no te
puedan devolver el favor: a los más necesitados, aquellos que no puedan
corresponderte, porque la alegría sólo surge en el interior de los que no esperan un
reconocimiento, sino de los que saben valorar los gestos de la vida, porque en su
vida carecen de ello y no pueden devolverte el favor.
La gratitud y la servicialidad no deben nacer en mi interior como un intercambio,
una deuda o una recompensa por mis actos, sino de la convicción profunda de
haber vivido la experiencia de haber recibido, con los gestos de mis hermanos, la
vida que Dios me regala cada día. La gratitud y el cuidado de mis hermanos han de
nacer de la convicción profunda de amar la vida, y como una consecuencia
profunda de creer en la misericordia de Dios. Si la servicialidad no se despierta en
mí como una actitud de misericordia, dirigida hacia mi hermano, quizás me haya
acostumbrado a ritualizar mis días, mi fe, mi trabajo, donde la vida se
empequeñece por miedo y egoísmo.
Fr. Alexis González de León O.P.
Convento de Ntra. Sra. de Candelaria (Tenerife)
Con permiso de: dominicos.org