Ciclo C: XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Perseverancia en la oración
Estamos ante un discurso que intenta concluir de modo universalista el anterior
oráculo que cuestionaba la edificación del templo (Is 66,1-4) y el juicio contra
Jerusalén (Is 66,5-17). Se abre una promesa: la venida del Señor para manifestar
su gloria a todas los pueblos del mundo. Para esta tarea, señala una especie de
“emisarios” que podrán ser reconocidos y se mencionan los diversos lugares a los
que serán enviados cuyos nombres hacen eco de Ez 27,10-13, pueblos diversos que
mantenían diversas relaciones comerciales con la gran Tiro y representan el
paganismo de aquel tiempo. Esto constata que se tiene ya una intención
universalista en el reconocimiento del Dios de Israel y aparentemente pone en
tensión el mensaje particularista de la salvación. Pero esto adquiere un matiz con la
citaci￳n de la “monta￱a del Se￱or”, lugar de la reuni￳n de todos los pueblos, y más
aún con la elección entre estos pueblos paganos de personas que estarán ligadas al
culto y la comparación de todos éstos con la ofrenda pura que se presentaba en el
Templo del Señor. Sin duda, es un pronunciamiento que defiende el marco
universalista de la salvación pero abre esta perspectiva desde la elección de
Jerusalén como lugar de convergencia para todos los pueblos. Una clara tendencia
que parece fue extendiéndose en el tardío judaísmo y que se fue integrando en la
literatura profética tiempo después.
La perícopa de la carta a los Hebreos es una exhortación que adquiere un tono
sapiencial. La pretensión del autor de la carta a los Hebreos en este fragmento es
ofrecer una explicación ante las tribulaciones que pueden sobrevenir en la vida del
cristiano. Para ello se apoya indefectiblemente en la concepción judía de la
paternidad de Dios. Recurre al término griego “ense￱anza – correcci￳n”, con lo que
trasciende un concepto arraigado en el mundo griego y le da una connotación
particularmente religiosa. Se siente en el autor bíblico un deseo vivo de que todas
las realidades humanas sean contempladas desde el discernimiento de la fe por lo
que invita a reflexionar también las situaciones en la vida que se afrontan desde el
sufrimiento las cuales deben también comprenderse desde este ámbito. Ahora bien,
la perspectiva pedagógica se convierte en la clave para entender esta paternidad
superior. Hay un misterio escondido que se mantiene firme tanto en la “correcci￳n”
necesaria y entendida así por el creyente ante sucesos en su vida como también la
esperanza de que no será para siempre y que es preciso superarlas apoyándose en
la contrastante realidad del amor del padre que por el bien de sus hijos apela a
corregirles exigentemente.
El material plenamente lucano se vislumbra en el viaje a Jerusalén citado
expresamente por el evangelista en 9,51 y que tiene una segunda parte que se
inicia justamente en el fragmento que se proclama este domingo, citado
nuevamente en 13,22. Jerusalén es la meta del camino y se remarca este destino
final para el lector. Una clave de lectura de toda esta secci￳n es el tema del “comer
y beber” (13,26) y de la anterior recurrente etapa de camino, nos encontramos
más bien como en una especie de “alto en el camino”. Obviamente, este lenguaje
nos presenta el misterio del Reino de Dios como un gran banquete y la enseñanza
de Jesús gira en torno a las condiciones para poder participar de esta gran comida.
La salvación plantea como primer interrogante cuántos podrán acceder a ella. Se
recoge el “logion” de la “puerta estrecha” y se aplica en este contexto de exigencia
para poder entrar al Reino de Dios. No basta con sentarse a la mesa y haber
comido y bebido con el Señor como tampoco el haber estado presentes en la
ense￱anza del Maestro. La exigencia adquiere un sentido de “testimonio” ya que los
acusa de “hacedores de injusticia” y además abre la dimensi￳n universal de la
salvación al mundo pagano. Sabemos que Lucas tiene esta particularidad y se
encarga de expresarlo vivamente especialmente en el tema del banquete del Reino.
Justamente, éstos los venidos de todos los rincones del mundo se sentarán porque
han asumido una exigencia que “algunos” olvidaron confiados en la quietud de su
“condici￳n”.
Todos como creyentes esperamos el triunfo de la vida sobre la muerte, la
consumación de la gloria de Dios y el destierro final del poder del mal. Los textos
bíblicos que se proclaman este domingo avivan la esperanza de una lectura positiva
de la salvación. La apertura de la mesa para quienes vienen del norte y del sur, del
este y oeste, nos debe llevar a confiar en la infinita misericordia de Dios pero a su
vez nos debe impulsar a vivir plenamente nuestra condici￳n de “salvados”. No
podemos conformarnos con haber recibido esta dignidad en nuestro bautismo,
tenemos que testimoniarla. Por ello, quizá en medio de tantas situaciones que
pasamos en nuestra vida, es necesario iluminarlas con los ojos de la fe. La
paternidad de Dios para nuestra comprensión siempre queda corta de
entendimiento pleno. Los acontecimientos que nos pasan desde nuestra mirada
presente nos preocupa y nos agobia muchas veces, pero tenemos que confiar que
hay una mirada hacia futuro y es la mirada de Dios, una mirada salvífica. Y es
verdad, tenemos que reconocer que pasado un tiempo hay situaciones que nos ha
llevado a ser más fuertes y a darnos cuenta que había un propósito mayor en
medio de una fuerte tristeza o tribulación. En la vida de fe las cosas no se dan
matemáticamente, pero tienen una precisión especial, la que marca Dios que va
acompañando nuestra decisiones. Estamos tocando el límite entre la providencia
divina y la libertad del hombre. Confiemos hermanos en la fuerza del amor
providente de Dios y reflexionemos el valor extraordinario del regalo maravilloso de
la libertad que hemos recibido y que muchas veces nos lleva a entrar en conflicto
con las decisiones que vamos tomando día a día. No renunciemos a proclamar que
la salvación es voluntad de Dios y que quiere que todos los hombres se salven,
pero procuremos vivir acorde a esa salvación que se abre para nosotros como la
absoluta soberanía de Dios para este mundo. Por ello, cantemos con el salmista:
“Su fidelidad dura para siempre”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)