Ciclo C: XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29)
Al decir de todos, el Papa Francisco atrae a católicos y no católicos. Esto señala
algo que ya sabemos por experiencia: la sencillez, la llaneza y la humildad
agradan, mientras la pomposidad, la ostentación y la soberbia desagradan.
Aprovechando la misma experiencia acumulada de la humanidad y su experiencia
personal, Jesús enseña que «todo el que se enaltece será humillado; y el que se
humilla será enaltecido». La enseñanza, aunque dirigida a todos, es
particularmente para arribistas en busca de oportunidades, no de enseñar, sino de
procurarse los primeros puestos, e incluso de espiar y arruinar a rivales, verdaderos
o imaginados, que les impidan la realización de sus ambiciones.
Jesús les recuerda básicamente la sabiduría de que obra en su mejor interés quien
en todo procede con humildad y se humilla tanto más cuanto más grande es a los
ojos humanos. Es de juicio sabio el que no se cree digno de ningún puesto alto,
pero pronto recibe ascenso. Hace cálculo necio, en cambio, el presumido que,
ocupando sin más un asiento prominente, luego lo tiene que ceder avergonzado.
Pero la enseñanza cristiana va más allá del utilitarismo. Jesús enseña la humildad
hasta el extremo, la que es desinteresada. Es la del que invita con cariño a los
pobres que no le pueden corresponder. Es la humildad que él mismo ejemplariza.
Jesús nos tiende la mano y nos salva, sin que tengamos con qué pagarle
debidamente. Si pudiéramos pagar, entonces razón tendríamos para jactarnos y la
salvación no sería gracia.
Y tal es la gracia de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hace pobre para
enriquecernos con su pobreza. También se hace maldición para rescatarnos de ella
y, para justificarnos, recibe el trato que se da a un pecador. De verdad, la
humildad desinteresada extrema se personifica en el que no hace alarde de su
categoría de Dios, sino que se despoja de su rango, toma la condición de esclavo y
es obediente hasta la muerte.
Como Jesús, en Dios pondremos nuestra confianza total. Tendremos la esperanza
de recibir de él solo la recompensa gratuita. Nos bastará con ser conocidos sobre
todo como hijos de él, no tanto como españoles, estadounidenses, filipinos,
mexicanos, panameños, peruanos o salvadoreños, o como residentes de La
Moraleja, Beverly Hills, Forbes Park (donde frailes mendicants tienen el Santuario
de san Antonio), Lomas de Sotelo, Costa del Este, La Molina o Escalón.
Y de Jesús no nos desviaremos. No desembarcaremos «en posturas pastorales de
“quaestiones disputatae”ᄏ de los ᆱcatólicos ilustradosᄏ (Papa Francisco); no nos
ocuparemos de cuestiones teóricas estériles tan remotas de la vida diaria.
Seremos, más bien, ejemplos tangibles de la vida real del aprendizaje y la
solidaridad con Jesús, allanándonos con los humildes, denunciando divisiones
presuntuosas y destructoras, y resistiéndonos al clericalismo ( “Tell me your friends
…” ; Papa Francisco). Siguiendo a san Vicente de Paúl, tomaremos lo peor para
nosotros y desearemos ser siempre los últimos, y no iremos buscando ser alabados
ni insistiremos en hacer ver que los con autoridad somos nosotros (IX, 545; XI,
238).
También dejaremos que el mediador de la nueva alianza, nada menos que él, nos
desafíe. Haremos presente de nuevo su humildad y le imitaremos, fieles a su
consigna: «Haced esto en memoria mía»; «Os he dado ejemplo para que lo que yo
he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)