XXII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miércoles
Lecturas bíblicas
a.- Col. 1,1-8: El mensaje de la verdad ha llegado a vosotros y al mundo
entero.
b.- Lc. 4, 38-44: También a los otros pueblos tengo que anunciarles el
Reino de Dios.
En este pasaje encontramos tres momentos diversos: la curación de la suegra de
Pedro (vv. 38-39); las numerosas curaciones (40-41) y la exigencia de extender el
mensaje del reino fuera de Cafarnaúm (v. 42-44). Jesús se acerca a la enferma, a
suegra de Pedro, e inclinándose sobre ella increpa a la fiebre, como había hecho
con los demonios, la palabra produce efecto inmediato, sobreviene la sanación.
Nada se opone a la palabra de Dios pronunciada por Jesús. La recién sanada, se
pone a servir la mesa. Totalmente recuperada la mujer por la palabra de Jesús,
ahora sirve a su familia. En Cafarnaún Jesús encuentra, en casa de Pedro, un
nuevo hogar. Se cumple aquello de escuchar la palabra y ponerla en práctica (cfr.
Lc. 8,21). La casa de Pedro se convierte casi en otra sinagoga, porque también
aquí, se proclama la palabra y se realizan obras salvíficas, o dicho de otro modo la
palabra sale de la sinagoga y llega a la casa de los hombres. En el tema de las
curaciones, segundo momento, Jesús ofrece a todos la salud, confirmando la acción
del Espíritu, que comienza a transformar la vida de los hombres (cfr. Lc. 4, 18-21).
Su acción vence a la enfermedad y al mal, en la vida de los hombres, salvación y
liberación, es un nuevo modo de vida. Jesús actúa como el Salvador de todos, por
ello, la gracia de Dios se desborda en Jesús al imponerlas manos. Es el Espíritu que
poseía Jesús, que comunica por medio de la imposición de sus manos, a cada uno,
comunica la fuerza que posee y sana; su bondad le hace interesarse por cada uno.
El hecho que los demonios lo reconozcan como el “Hijo de Dios” (v. 41), significa,
que saben que lucha contra todo lo que es sufrimiento y opresión para los hombres,
con la fuerza del Espíritu. Jesús no se detiene, sabe que lo que destruye al hombre
no es de Dios, y lucha por vencerlo. La grandeza de Jesús está en su nombre: Hijo
de Dios, es el Mesías, el Ungido. Cristo, es desde el comienzo, lleno del Espíritu
Santo (cfr. Lc.1, 35). Jesús no los dejó hablar, no quiere recibir su confesión de fe
de los demonios. La auténtica confesión de parte del discípulo, será fruto del
misterio pascual de Jesús (cfr. Flp. 2, 8ss). Finalmente, Jesús al amanecer decide
marcharse a un lugar solitario, la gente quiere retenerle, como si fuera un simple
curandero, pero les advierte: “También a otras ciudades tengo que anunciar la
Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.» E iba predicando
por las sinagogas de Judea.” (vv. 43-44). Jesús no permite que le retengan, su vida
es una peregrinación, camina para anunciar la palabra que necesita extenderse a
otras ciudades. Sólo cuando sea exaltado, se cumplirá plenamente su deseo porque
ya no se proclamará en la sinagoga sino en la Iglesia y pueblos, plazas, y caminos
del mundo entero.
Teresa de Jesús experimentó muchas veces, la fuerza de la palabra de Dios,
comunicaciones directas del Señor Jesús a su alma: “Quedé… con grandísima
fortaleza…para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la Escritura
divina. Paréceme que ninguna cosa se me pondría delante que no pasase por esto”
(V 40,2).