Domingo 22º del Tiempo Ordinario Ciclo C
Lecturas bíblicas :
Eclesiásticos 3, 17-18.20.28-29
Hebreos 12, 18-19.22-24
Lc. 14, 1.7-14
El banquete de los mendigos
El conjunto de lecturas bíblicas seleccionadas por la Iglesia para la celebración de este domingo
nos ofrece básicamente una enseñanza o exhortación a la humildad .
El libro del Eclesiástico, en primer término, casi como esgrimiendo argumentos de un vendedor
frente a compradores indecisos, nos presenta los beneficios o ventajas, el “buen negocio” de la
humildad: 1) los humildes serán más queridos; 2) los humildes lograrán el favor de Dios; y Dios
compartirá con ellos Sus confidencias; 3) los humildes serán más saludables, porque la herida del
orgulloso no tiene cura.
El evangelista san Lucas inicia el capítulo 14 del evangelio, relatando que un sábado Jesús participó
de una comida en casa de un fariseo importante. En ese contexto, rodeado de fariseos y doctores
de la ley que lo observaban para ver de qué podían acusarlo, Jesús sanó a un enfermo (estos
versículos no se leen en la liturgia), desafiando a los fariseos con esta pregunta que ellos no
supieron responder: “﾿está permitido sanar en sábado o no?” ﾿o hacer el bien contradice la ley del
descanso sabático? Y respondiendo afirmativamente su propia pregunta, y mostrando la
contradicción de los fariseos que se animaran a descalificarlo por la sanación que había obrado,
Jesús agregó “﾿acaso Uds. no sacarán a un hijo o un buey del pozo en que hubieren caído aunque
sea sábado?”.
Y enseguida vienen los versículos que acabamos de oír. En el mismo contexto de la comida en casa
de este anfitrión, al ver cómo los invitados se apuraban por ubicarse en los lugares que el
protocolo reservaba para los importantes, Jesús pronunció esta parábola.
La escena nos es familiar también a nosotros entre los cristianos que buscan figurar, destacarse, y
no tanto servir. Por lamentable y triste sabemos de famosos que gustan aparecer en las tapas de
las revistas o compiten para ganar las primeras planas de los medios de comunicación.
La situación planteada por la parábola es también muy realista. A veces llegamos a un evento y
buscamos para ubicarnos en las mesas principales o lugares de honor, más cerca de quien preside,
pero ocurre que, rezagado, ingresa otro que posee un cargo o jerarquía superior, o ya estaba en la
sala pero había pasado desapercibido y nadie hasta entonces le había invitado a subir al estrado o
pasar a la mesa principal, y entonces debemos cederle, pasando quizás un mal momento, el lugar
prioritario de que creíamos disfrutar.
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El anfitrión, el que preside el evento, dirá al personaje más jerarquizado que por humildad haya
elegido un bajo perfil: ven, acércate más, ven a mi lado (el lugar a la derecha del presidente o
anfitrión es el segundo en jerarquía protocolar).
De tal manera que, en definitiva, el que por faltarle humildad, buscó los primeros lugares de
honor, el que se sobrevaluó será devaluado, rebajado, humillado. Mientras que aquel que fue
humilde será más amado y obtendrá el favor de Dios diría el Libro del Eclesiástico, el humilde será
reconocido, enaltecido.
La carta a los hebreos (de la cual venimos leyendo, y hoy finalizamos, algunos textos selectos), si
bien lo que hace parece no tener relación con el asunto de hoy, porque se trata de una
comparación entre el culto del antiguo y el de la nueva alianza, donde se muestra la superioridad
de Jesús sobre Moisés y la antigua Ley, cuando presenta la nueva alianza habla de un Dios más
cercano.
En la invitación a acercarse a la cabecera que quien convida al Banquete hace al que se esconde en
el último lugar de la mesa: “amigo, acércate más” , hay una semejanza con lo que dice el texto de
la segunda lectura (Hebreos 12) “os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, a Dios…, y
al Mediador de la Nueva Alianza, Jesús”.
En Cristo, el Verbo hecho carne, Dios tiene la iniciativa de hacerse Hombre y plantar su carpa entre
los hombres. Y así se hace cercano , próximo, prójimo, amigo de todo hombre.
Él baja (se acerca) y así eleva al hombre a la condición divina , le hace subir al nivel de Dios. El
hombre es enaltecido , elevado, pero sólo si reconociéndose mendigo indigente merece el favor de
Dios , la misericordia de Dios (primera lectura, Eclesiástico 3).
El Evangelio nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de la humildad para entrar al Banquete del
Reino , esa humildad que mueve a buscar no los primeros sino los últimos lugares (primera
parábola), sin ambición, y a sentirse mendigo indigente invitado a la mesa de Dios rico en
Misericordia (segunda parábola).
En la segunda “parábola” hay una enseñanza dirigida no a los invitados sino al anfitrión del
banquete, y es una exhortación a ser generosos y no ser interesados cuando hacemos una
invitación o cuando hacemos el bien. Si hacemos el bien para ser retribuidos, ya estamos
retribuidos y no tendremos recompensa en el cielo. Si, en cambio, ayudamos a quienes no pueden
retribuirnos, podemos esperar la justa retribución en la vida eterna.
Dar, darnos, sin pasar factura a nuestros hermanos, sin esperar de ellos nada a cambio, pero
tampoco para humillarlos haciéndoles sentir que no pueden pagar nuestro don y que por eso
serán para siempre deudores nuestros.
El domingo pasado leímos Lc. 13, 28-30, donde escuchamos que Jesús hablaba de un banquete, la
mesa del reino de Dios, del que participarán los patriarcas y los Profetas, y muchos que vendrán de
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los cuatro puntos cardinales, mientras que quienes no entren por la puerta estrecha quedarán
afuera. El anfitrión evocado en la segunda enseñanza del evangelio de hoy es Dios mismo, quien
en el banquete del reino de los cielos, reunirá a pobres, mancos, cojos y ciegos, y se sentarán en la
mesa del reino los mendigos de su amor, los que se reconozcan indigentes de sus dones.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
Sábado 31 de agosto y domingo 1° de septiembre de 2013
iglesia parroquial Sagrado Corazón de Jesús
y Capilla San Sebastián, Paraná, Argentina
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