Comentario al evangelio del Miércoles 04 de Septiembre del 2013
Se cita mil veces al Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: La misión primera de la Iglesia es
evangelizar, anunciar el Evangelio. Nada nuevo, lo dice Jesús hoy: “Tengo que anunciar el Reino de
Dios, para eso he venido”. Evangelizar es hacer lo que hizo Jesús: palabra y gesto de imponer las
manos, anunciar y sanar, parábolas y milagros; “alma y cuerpo”, que dice el pueblo con menos
precisión. La presencia de estos dos momentos en nuestra vida es la señal única de que entre nosotros
está ya el Reino de Dios.
Al salir de la sinagoga, a Jesús le ha entrado la fiebre de curar, empezando por la fiebre de la suegra de
Pedro. Luego se extenderá a todos los enfermos que le presentaban, al ponerse el sol. Por fin, da
remate curando a un endemoniado que acaba confesando: “Tú eres el Santo de Dios”. Un pormenor les
gusta resaltar a los que leen este texto; Jesús, al curar, no olvida el detalle de imponer las manos “sobre
cada uno”: cada uno era importante. Tal abundancia de sanaciones, por parte de Jesús, ocasiona que la
gente quede embriagada con tanta felicidad. Por eso, pretenden retenerle, que no se vaya, que solo lo
acaparen ellos mismos.
Hoy está de moda la “política de gestos”. Gritan más los gestos que las palabras. Bien sería que nos
preguntemos: ¿Qué gestos, qué acciones nuestras se convierten más fácilmente en señales del Reino?
¿Qué es lo que más le dice, más le toca al hombre moderno, para abrirse al Evangelio, para llegar a
Jesús? No basta con anunciar y confesar; eso, lo acabamos de ver, lo hace también el endemoniado.
Hay maneras de actuar que han de acompañar al anuncio del mensaje; por ejemplo, gestos que evoquen
cercanía, sencillez, interés por el otro y abandono de sí, dolor por el sufrimiento humano, actitudes
samaritanas, pasión por la paz y la justicia. Así no caeremos en la tentación de los paisanos de
Cafarnaún: querer retener a Jesús. Acaparar a Jesús es convertirlo en ídolo, instrumentalizarlo para
nuestros intereses mezquinos, pensar que solo es correcto mirarlo y estudiarlo desde nuestras ideas y
convicciones cortas y chatas. Jesús es universal, ha venido también “para otros pueblos”. Y en esta
expresión, caben otras culturas, otras visiones de la realidad y de la Iglesia, otras costumbres. No
achiquemos a nuestro Dios, que traspasa el tiempo y el espacio. En fin, hagamos todo, “mirando a
cada uno”, deteniéndonos en cada persona, llamando a cada uno por su nombre. Es señal de amor.
Somos comunidad; no, masa. “Me has mirado a los ojos, sonriendo, has dicho mi nombre”. Así
cantamos.
Conrado Bueno, cmf