Comentario al evangelio del Jueves 05 de Septiembre del 2013
A la gente hay que animarla. Hartos de crisis, de penurias, de soledades y de penas, no vayamos a
echarles más cargas. No es latiguillo recordar que los cristianos arrastramos una imagen de
prohibiciones, actitudes negativas o visiones rigoristas. ¿Que no es verdad? Reconozcamos la realidad
de la imagen, y tratemos de superarla.
Fijémonos en esta escena junto al lago de Genesaret. Es una escena de vocación; como tantas que, en
la Biblia, siguen los mismos pasos. Jesús toma la iniciativa: “Rema mar adentro”. Al hombre le
sorprende, se resiste: “No hemos cogido nada en toda la noche”, “Soy un pecador”. Jesús le
encomienda: “Te haré pescador de hombres”. El final siempre es feliz, el querer de Dios se hace
realidad: “Y dejándolo todo le siguieron”. Ya se ve, la presencia del Maestro, ser obsequiosos con su
palabra, recrea, cambia a las personas. El fracaso de una noche con las redes vacías se torna en una red
que revienta de peces; el que se llama a sí mismo pecador se trasforma en pescador de hombres. Solo
desde Jesús, las cosas funcionan bien. Hacer las cosas “en su nombre” trae siempre noticias buenas.
Parece que, en esta idea, estamos todos de acuerdo, pero, muchas veces, no ocurre así. Nos entregamos
más fácilmente y ponemos nuestra confianza en técnicas, en medios, en estructuras, en títulos, que en
la presencia amorosa del Señor. Los ídolos mundanos del poder, de la eficacia competitiva, del dinero
nos esclavizan más de la cuenta. Sin embargo, un cristiano, al poner su esperanza, ante todo, en Dios,
sabe que las adversidades tienen remedio. Los fracasos nos ofrecen la mirada profunda de los
acontecimientos. La fragilidad aceptada nos vuelve a Dios, y todo cambia de signo. Dicen que no nos
aparta de Dios el pecado sino el no saber reconocerlo (lo vive el publicano de la parábola). El hombre,
así confiado en la bondad de Dios, no tiene miedo cuando escucha: “Rema mar adentro”, adéntrate en
el oleaje, no te quedes en la seguridad de la orilla. La audacia, el riesgo por el Reino, la aventura de
nuevos caminos, solo cabe si sentimos al lado la palabra y la mano de Jesús. Como el pecador de esta
escena que, antes de morir, repite tres veces: “Señor, tú sabes que te quiero”.
Conrado Bueno, cmf