Ciclo C: XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Llevad los unos las cargas de los otros (Gal 6, 2)
Jesús exige mucho. No es, sin embargo, uno de aquellos que son muy exigentes
con la gente pequeña y pobre, pero muy indulgentes consigo mismos y con los
grandes y ricos. Él trata con compasión y comprensión a los rechazados por la
sociedad, y no está de acuerdo en absoluto con gobernantes tiránicos. Denuncia
rotundamente además a los dirigentes religiosos que ponen sobre la espalda de la
gente cargas pesadas que ellos mismos no soportan.
Sí, Jesús es muy exigente. Cuando llama a alguien, le dice: «Ven y muere»
(Bonhoeffer). Le impone al llamado un yugo, una carga. Pero solo reclama a
quienes prentendemos seguirle que nos carguemos con lo que él mismo tiene
puesto en la espalda. El Hijo del Hombre, manso y humilde de corazón, espera que
nos convirtamos en servidores y esclavos, a imitación de él, quien ha venido, no a
ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por todos.
Mediante el ejemplo que él nos da, Jesús nos alivia, para que no nos sintamos
cansados ni agobiados y para que experimentemos que realmente su yugo es
llavadero y su carga ligera. Nos anima a correr y perseverar con él en la carrera
hacia la plena gloria, inalcanzable sin la abnegación ignominiosa. Da a entender
que «la fuerza se realiza en la debilidad». A los que nos cuesta creer las profecías
nos da a conocer una y otra vez que será glorioso el desenlace de él, el Siervo
Sufriente, y de los partícipes de su pasión y su muerte.
Así que Jesús nos capacita para padecer con él y entrar en su gloria. Nos basta con
su gracia. No es como unos altos directivos de empresas de hoy día, los cuales se
garantizan sus $15 millones o más de salario anual, sus compensaciones en
especie, sus acciones y sus paracaídas de oro. No pocos directores generales
exigen a sus empleados, al estilo del faraón del tiempo de Moisés, la mayor
producción con la mínima provisión.
A diferencia de ellos, Jesús nos provee de todo. Nos educa, por ejemplo. Nos saca
de la necedad que confunde el auténtico destino de los hombres con algo no del
todo desinteresado como el denominado «destino manifiesto» que no rara vez se
conforma con «Allá van leyes do quieren reyes». Nos conduce a su sabiduría
insondable y difícil de captar, pero infalible y necesaria para la vida recta y la
salvación eterna: «Quien no lleve su cruz detrás de mi no puede ser discípulo
mío». Hecha carne en Jesús, tal sabiduría se puede—interviniendo el Espíritu
Santo— oír, ver, contemplar y palpar.
Sobre todo, Jesús nos suministra la máxima provisión, ofreciéndose como alimento
de adultos, no para que le transformemos en sustancia nuestra, sino para que él
nos transforme en sustancia suya (san Agustín). No habrá manera de que los que
asi viven de verdad en Jesucristo por la muerte de Jesucristo y mueren en
Jesucristo por la vida de Jesucristo, por citar a san Vicente de Paúl (I, 320), no se
compadezcan de los pobres ni aboguen por los esclavizados (I, 320). Ni habrá
manera de que no condenen toda forma de esclavitud, autoritarismo, tribalismo,
parcialismo, exclusivismo, sexismo, clericalismo y arribismo. Tampoco habrá
manera de que no emprendan ni completen lo que Jesús propone y ejemplifica
también en la eucaristía.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)