CICLO C
TIEMPO ORINARIO
XXVII DOMINGO
Benedicto XVI ha explicado en profundidad (DCE 1) cómo la fe, de la que
hablan todas las lecturas de hoy, es el fundamento de la vida cristiana:
Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en
él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de San Juan –dice el
Papa- expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la
imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de
su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir,
una formulación sintética de la existencia cristiana: Nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” . Hemos creído
en el amor de Dios : así puede expresar el cristiano la opción fundamental
de su vida”.
Añadía Benedicto XVI que se comienza a ser cristiano por el “encuentro con
una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva”. La fe cristiana, pone el amor en el centro. Y, puesto
que es Dios quien nos ha amado primero, “el amor ya no es sólo un «
mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a
nuestro encuentro”.
La fe es sobre todo una relación personal de confianza absoluta del pobre
ser humano en Dios. Es sentirse seguros en sus manos. Es fiarnos de Dios,
que no puede engañarse ni engañarnos. La fe que debe ser viva y operante
y dar frutos de buenas obras. Sobre todo, el fruto del amor, sin el cual la fe
está muerta. Actúa por el amor, que es el vínculo de la perfección. Vive con
fe y amor cristiano (segunda lectura).
La fe no es solamente un conjunto de dogmas y verdades abstractas. Ni es
ideología ni un movimiento social, sino encuentro con la persona de Cristo.
Es una relación basada en el amor. No es una mera herencia cultural. No es
un mito, sino historia real. La fe no es algo del pasado, porque Cristo
resucitado es una persona viva, es nuestro contemporáneo. No afecta sólo
al pensamiento sino a todo nuestro ser. “La fe nace del encuentro con el
Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y
en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida.
Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que
en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro
(Papa Francisco, LF 5).
La fe del corazón (o con el corazón se cree). Estas palabras de San Pablo
(Rm 10,10) explican la interacción de la fe con el amor. En la Biblia el
corazón es el centro del hombre, de todas sus dimensiones. La fe implica a
todo nuestro ser. “La fe transforma toda la persona, precisamente porque la
fe se abre al amor” (Benedicto XVI, DCE 26). Se abre a Dios, que es amor,
que ha creado al hombre por amor y le llama al amor. Es el Dios fiel, que ha
establecido una relación de amor con el hombre. Sólo el amor es digno de
fe.
La fe es un don de Dios. Es obra de Dios. Una acción continua de su gracia
que nos llama. A la vez, es respuesta de la libertad del hombre que puede o
no responder a Dios. Pero no podemos presentarnos ante Dios con el alma
hinchada: el justo vivirá por la fe (primera lectura). Reconociendo con
humildad que nuestra capacidad viene de Dios. Es Él quien da el
crecimiento ( Señor, auméntanos la fe ). “Sin mi –dice el Señor- no podéis
hacer nada” (Jn 15,5). Incluso con San Pablo hemos de afkirmar que “nadie
puede decir: “¡Jesús es Señor!” sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12,
3).
La fe supone por nuestra parte esfuerzo y compromiso. Pero
fundamentalmente es don de Dios, que no está en deuda con nosotros.
Todo lo contrario. Ante Dios nosotros somos unos pobres siervos, hemos
hecho lo que teníamos que hacer (Evangelio). Con relación a Dios somos
siempre deudores, todo es don suyo, todo es gracia de Dios. En el
Catecismo de la Iglesia Católica (308) podemos leer: "Dios es quien obra en
vosotros el querer y el obrar " (Flp 2, 13). Esta verdad, lejos de disminuir
la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la
sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen,
porque "sin el Creador la criatura se diluye" ( GS 36, 3); menos aún puede
ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15, 5;
Flp 4, 13)”.
MARIANO ESTEBAN CARO