CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO XXVIII
De la lepra se habla ya en algún papiro del siglo III antes de Cristo;
también en las enseñanzas de Hipócrates. Hasta el siglo XIX no se
descubrió el bacilo causante de esta enfermedad. La lepra en los tiempos
del Antiguo Testamento estaba considerada como hereditaria e incurable.
Muy contagiosa, destruía el cuerpo lentamente. Era conocida como “muerte
viviente”, provocándola realmente en muchos casos.
Para evitar el contagio, al leproso se le expulsaba de las poblaciones. Vivían
en descampado, incluso en los cementerios, sin ningún contacto con la
familia ni con la comunidad. Sólo después de una meticulosa revisión y de
un detallado ritual, el leproso, ya curado, era declarado "limpio" por los
sacerdotes. “Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo”
(Lc 4, 27) como Naamán el sirio (primera lectura).
En el Evangelio de hoy aparecen diez de leprosos, que se pararon a lo lejos
y a gritos le pedían a Jesús que tuviera compasión de ellos. La lepra era en
principio signo del pecado. El Siervo doliente del canto de Isaías (53,3-12)
es herido de tal modo que las gentes se apartan de él como de un leproso.
Aunque inocente, carga con los pecados de los hombres, que serán sanados
por sus llagas. Junto con otras, la curación de los leprosos es signo de que
Él es “el Mesías que ha de venir” (Mt 11,5) y de que el reino de Dios está
presente (Mt 10,8).
Jesús cura a los diez leprosos. Entre ellos, un extranjero de Samaria.
Cristo, como el Padre (yo y el Padre somos uno, Jn 10:30), hace salir el
sol sobre buenos y malos (Mt 5, 45).
“Levántate, vete. Tu fe te ha salvado”, dice Jesús al que vuelve ya curado,
para dar gloria a Dios (Evangelio). Este hecho “nos permite pensar en dos
grados de curación: uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más
profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el
"corazón", y desde allí se irradia a toda la existencia” (Benedicto XVI).
Es la fe la que nos lleva a la salvación lograda por Cristo: Si morimos con él,
viviremos con él (segunda lectura). Una fe que se pone de manifiesto en el
agradecimiento. Quien agradece, como el leproso extranjero curado, está
testimoniando que no considera todo como algo debido, sino como un don
de Dios. Naamán, después de ser curado, expresó su fe y su
agradecimiento a Dios (primera lectura). Quizás habría que hablar de la
“parábola del samaritano agradecido”.
Lo que el Señor reprueba en el Evangelio, es el hecho de no tener fe,
imaginando que ante Dios es suficiente el frío cumplimiento de normas y
costumbres. Aquellos nueve leprosos curados no creyeron en Jesús, el
Mesías Enviado; pero fueron a cumplir lo mandado en la ley de Moisés (Lv
14). La curación era para ellos algo debido por cumplir la ley. Aunque
habían apelado al corazón compasivo de Cristo y quedaron limpios sin
haberse presentado a los sacerdotes, no establecieron con Jesús la relación
de la fe, que nace del corazón (Rm 10, 10). El samaritano sí volvió a Jesús ,
alabando a Dios a grandes gritos y dándole gracias. Fue su fe la le que
salvó. “El hombre – dice San Pablo- no se justifica por las obras de la Ley
sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús
a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la
Ley, pues por las obras de la Ley nadie será justificado" (Ga 2, 15-16).
MARIANO ESTEBAN CARO