XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Sb. 9, 13-19: ¿Quién comprende lo que Dios quiere?
Esta primera lectura está tomada de una oración del rey Salomón para pedir el don
de la Sabiduría. La Sabiduría es un atributo divino, por lo tanto, está en Dios:
conoce sus obras, estaba presente y le asistió en la Creación del Universo (cfr. Sb.
8, 23-31); pero además la Sabiduría ha estado presente en la obra de la
revelación: conoce lo que es agradable a sus ojos, según sus mandatos. Desde los
cielos, pide Salomón, descienda la Sabiduría, desde el trono de gloria de Dios, para
que esté a su lado, y lo asista, y guíe en sus trabajos, de manera que en todo, se
ajuste al querer divino su labor de gobernar a Israel. Será la luz de la Sabiduría la
que guíe sus empresas, como la columna en el desierto, ella con sus resplandor
guiará el camino del rey (cfr. Ex. 14,19; 23,20). La Sabiduría es luz que alumbra
sin ocaso al hombre que cree y espera en Dios (cfr. Sab. 7, 10).
b.- Flm. 9.10.12-17: Recíbelo no como esclavo, sino como hermano
querido.
Pablo, intercede por Filemón, ante Onésimo, su antiguo señor, para que lo reciba
como hermano en la fe, puesto que con el apóstol conoció la fe y se bautizó y
hecho cristiano. Ahora Filemón servirá a Dios en casa de su amo, ya no como
esclavo sino como un hermano, que también Onésimo por su fe y caridad sirve a
Jesucristo, el único Señor.
c.- Lc. 14, 25-33: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío.
El evangelio tiene dos momentos: nos invita a la renuncia a todo lo que se ama
(vv.25-27), y la renuncia a los bienes (vv. 28-33). Esta palabra nos invita a
considerar las exigencias que tiene el ser discípulo de Cristo. Camina detrás de ÉL
una muchedumbre, van tras ÉL; Jesús camina hacia Jerusalén hacia su glorificación
final, pero pasando antes por su pasión y cruz (cfr. Lc.13, 24; 14,18-20). ¿Qué
significará seguirle, caminar con Él? El que viene en pos de ÉL debe colocar todo lo
que posee a los pies de Jesús, o dicho de otro modo, poner a Jesús en el centro de
su vida, y todo queda en un segundo plano: la familia, los bienes, incluso la propia
vida. Jesús exige un amor mayor que el que podamos tener a la propia familia a y
los bienes, dicho de otra forma, aprender a amar a la familia desde Cristo y darle
su justo valor evangélico a los bienes respecto del reino de Dios (cfr. Mt.10, 37).
Leví dejó todo por servir a Yahvé en el templo, a la ley y la alianza, ahora es Jesús,
la nueva realidad de Dios en medio de los hombres, la nueva ley, la revelación de
Dios, la verdad, sólo en ÉL se encuentra salvación (cfr. Jn.14,6; Hch.4,12). Sólo
será discípulo del Crucificado, quien lleve su propia cruz y lo siga. Por el momento
la cruz es palabra figurada, aunque todos saben a lo que se refiere (cfr. Ez.9,4-6;
Gén.22,6). Jesús nos precede hacia el Calvario, quien lleva su cruz, pierde la vida la
fama, quien quiera seguir a Jesús asume todo ese significado. Sin embargo, es lo
que más repugna al hombre semejante panorama, y sin embargo, Jesús Maestro y
Señor, el Mesías, asume la cruz y será Crucificado en ella, hasta morir y resucitar
para elevarse luego a la diestra del Padre. Todos los que ahora le siguen, ¿estarán
dispuestos a seguirle hasta el final? En un segundo momento, tenemos las
parábolas de la torre y de la guerra, resaltan el cálculo y la prudencia a la hora de
construir, o de presentarse a entablar una batalla; lo mismo, el que quiere seguir a
Cristo, tarea costosa, deberá mirar sus fuerzas, lo que asume y arriesga, en
definitiva, lo que tendrá que invertir en este discipulado. Todo proyecto humano,
familiar y personal exige costos, sacrificios, un plan de trabajo, lo mismo se debe
dar en el seguimiento de Cristo, la forma, el sentido y la exigencia lo ve, Lucas,
como el gran negocio del discípulo. Esta es la torre o castillo que debemos
construir, la batalla que debemos ganar en forma personal, y como comunidad
eclesial. La invitación es a que con todo realismo, analicemos si vamos a decidirnos
por este proyecto personal o simplemente decidimos abandonarlo, es decir, no
seremos discípulos de Cristo. La renuncia a los bienes exige ordenarlo todo en
relación al reino de Dios, las personas, lo bienes materiales; usar de los bienes
como medios, nunca como fines, abierto a las necesites personales y del prójimo.
En este proyecto de ser discípulos de Cristo, como Salomón, debemos suplicar la
sabiduría divina para que nos asista en este, el gran negocio de nuestra vida:
nuestra salvación eterna.
Teresa de Jesús, amó la Cruz, donde Jesús realizó la salvación del mundo y por
ellos siempre debe estar el sentido redentor en la oración del cristiano, llevar los
frutos de su entrega hasta los confines de la tierra. “El oficio de los contemplativos
es…llevar en alto la cruz, no dejarla de las manos por peligros en que se vean” (CV
18,5).